Tú y yo, aquí, ayer, hoy, mañana
Los clásicos edificios con vista al mar son testigos sentados a la izquierda, el mar siempre está cantando a la derecha, el camino de ciclistas rozando el parque y el parque que se llama “Del Amor”, con unas cuantas palmeras aplaudiendo, constantemente despeinadas, a la monumental escultura de Víctor Delfín, en la que dos amantes permanecen besándose desde hace casi veinte años, y es probable que continúen ahí por mucho, muchísimo más.
Y pensar que para crear “El Beso”, el escultor se inspiró en su propia figura y en la de Ana María, su compañera, levantando una obra sobre la que gira el resto del mundo en el Malecón Cisneros, en donde se reúnen los enamorados, los no tan enamorados, los amigos, las familias, los solitarios y también los ambulantes, vendiendo candados llenos de amor donde poder escribir “Tú y yo”, churros rellenos de amor y manjar blanco, panes hechos con amor, jamón y queso, golosinas amorosísimas y, obviamente, flores y chocolates, activos básicos de esa cosa loca llamada...AMOR.
Tanto amor nos recuerda que estos espacios que van de esquina a esquina, y ya no hay más, siempre logran sacarnos de la realidad capitalina y cruzar el espejo para entrar, por un instante, a esos mundos que quisiéramos que se expandan a lo largo y ancho de todos los músculos, huesos y células de la ciudad.
A la gran obra besable se suman unas paredes en remolinos cargadas de mosaicos en los que se leen distintos poemas de a pie:
Es un azar no encontrarte
Tal vez en tres años te vuelva a amar
Beso lo que nombro y lo que olvido
Desde que comenzó la pandemia, los espacios públicos se volvieron una suerte de lugares sagrados para los seres humanos, el sinónimo de la libertad, de la posibilidad de existir realmente, del contacto con otros humanos, de los animales por aquí y por allá, de las carcajadas, los bailecitos momentáneos, las canciones en voz alta y los besos y más besos al aire libre.
El Parque del Amor existe desde hace muchos años, pero visitarlo con ojos de una primera vez vale la pena, descubrir que no es necesario ser un Neruda o un Dante para reunir palabras que expresen eso llamado amor, sin importar la perfección, tampoco el sentido, mucho menos la belleza pura o la cadencia de los sonidos al pronunciar lo creado...Solo interesa decir algo, lo que se piensa, lo que se siente y ya.
Está bien, es un espacio público, en la capital donde al cielo tampoco le importa ponerse muy estético y hasta en verano luce gris a mediodía, y que nadie diga nada porque entonces te suelta neblina para que todo luzca más...¿romántico?
¡No importa! El mar hace eco de su partner in crime y también está gris, aunque es hermoso, grisáceo, algo azul, algo verde. ¡No importa! Es perfecto. Siempre. Perfecto. Y parece que te habla, que te calma, que te libera de todo lo que hay a cinco cuadras y más allá, que te abraza, que te quiere y que te quiere proteger de ti mismo. Aguas de un océano que, esta vez, puedes ver muy contento, o contenta, desde el caminito llamado malecón. Una banca de madera por aquí, unas verjas también de madera por allá, un pajarito negro a tu lado, otro blanco a su lado, el heladero que casi, casi, te impone sus dulces y el mundo humano tomándose fotos ahora y después también, y más tarde y otra vez, y una más y vuelves a El Beso, a los mosaicos románticos, que rozan lo cursi con ganas, a las cafeterías pet friendly y a la vida que se activa con más ganas, solo porque a las aguas marítimas incansables y al cielo eterno y bipolar se le une algo distinto que está delante de los ojos...Una escultura, una pintura, un collage, un poema, dos poemas, tres poemas...
¡Y más!
Gracias por acompañarme en este viaje literario a través del arte y la cultura.
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