La libertad de vivir sin tiempos ni espacios
...Volar como una oportunidad...
Se trata de ese sueño que llevamos con nosotros
de que algo maravilloso ocurrirá
de que eso tiene que pasar
que el tiempo abrirá
las puertas se abrirán...
Olav Hauge
“Migrations: Open Hearts, Open Borders”
@The Guardian
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“Gabriela, tú tienes el alma verde, brillas, respiras tierra, montaña...”, le dijeron.
Sus recuerdos habían permanecido dormidos, de forma insospechada, más de la cuenta.
“Tiene razón...Verde...Más que un deseo, una necesidad. ¿Qué me llena? ¿Qué no me llena? ¿Qué es lo realmente importante para mí?”, pensaba.
Una fotógrafa que cuestiona la vida.
Una fotógrafa que inicia una búsqueda personal.
Una fotógrafa cuyo lenguaje es guiado a través de las imágenes.
¿Hacia dónde dirigirse?
¿Qué camino recorrer?
¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Dónde?
“Y así llego a esta casa: Palmatambo”, responde.
“Y así llego a mi infancia”, continúa...
Y lo que hasta el momento parecía indescifrable le devuelve un viaje al pasado, a una etapa de su vida enriquecida por la presencia de una colonia austriaco-alemana, de muchas generaciones atrás. Un recorrido en el que va descubriendo todas sus historias, algunas ya las conocía, se las había contado su madre, muchas transmitidas de generación en generación y algunas por las que jamás había navegado.
“Ese fue un proceso personal: indagar sobre el pasado, sobre mi niñez, sobre mis antepasados”, afirma.
Volver.
Unir todos los puntos hacia el origen.
Añorar con tanta fuerza lo que se interrumpió intempestivamente.
“Necesito mostrar, por el medio que sé, lo que estoy sintiendo, y la fotografía es parte de mí”, se decía a sí misma Gabriela Zevallos Egg, la protagonista de esta historia que narra la vida de una colonia de migrantes provenientes de Austria, que llegaron a Perú hace más de cien años, un espacio de tiempo en el que construyeron y definieron la vida sin perder sus costumbres, su lenguaje, sus valores, su añorada existencia en el Tirol europeo, uno ahora edificado sobre la tierra fértil, incansable e inacabable de la Amazonía peruana.
Allí empieza esta búsqueda en el pasado, en la casa de Palmatambo y lo que la rodeaba, lo que conoció y descubrió siendo pequeña, lo que aprendió y heredó en los recorridos que solo un niño alcanza y que, tantas veces, permanecen indelebles.
Allí comienza la recuperación de ese “Tiempo Ausente”, como se titula la exposición fotográfica expuesta actualmente en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega, una serie de fotografías blanquinegras que expresan sutilmente el anhelo del regreso, la vida sin tanto apuro, los sueños inherentes al vivir entre historias de raíces lejanas, aquellos que palpan lo desconocido y lo vuelven tangible en el alma y en la mente, en el corazón y en la piel. Un sueño con nombre propio: Tirol.
“Yo salgo a los diez años de Pozuzo, y hacer esto era algo que tenía pendiente. Porque algo se cortó. Porque más allá de que las demás mudanzas a lo largo de mi vida hayan sido planeadas, esta de acá fue de un momento a otro, esos momentos felices de mi infancia fueron cortados por una razón que muchas familias enfrentaron en el Perú de los años 80, el terrorismo”.
Hay un camino que, a veces, te lleva directo a la felicidad, uno que con el tiempo y la rutina parece alejarse, disimuladamente y en cámara lenta, hasta difuminarse casi por completo con el paso de los años e instalarse en uno de los baúles escondidos que guarda la memoria... Ese camino que todos recorremos necesariamente...Ese llamado niñez.
Sin embargo, y también a veces, en el preciso momento en que el que eliges regresar a un mundo que, para muchos, fue único e irrepetible, la vida se emociona, confabula con el entusiasmo y se pone un rato de cabeza, juega con el presente, con el consciente y también con el inconsciente, envuelve los acaso existentes ecos de futuro, deja que se pierdan por un momento y viaja en el tiempo a espacios singulares que, como en el caso de la artista Gabriela Zevallos Egg, significaba el regreso a Palmatambo, la casa de sus abuelos, aquella donde pasó su infancia disfrutando de la sencillez y la alegría depositada en el día a día, en la vida cotidiana porque sí, porque eres pequeño y enmarcas el mundo que te rodea con ojos hambrientos de vivencias, respuestas y búsquedas infinitas; y sin saber incluso qué buscas, encuentros inesperados llegarán y claro, algo inevitable, aprender el significado de la sagrada palabra Familia.
El regreso a casa, a la casa de los abuelos, de los tíos abuelos, de los padres, de los tíos, de los primos, de la vida extasiada por descubrir el universo a tu alrededor, por encontrar, por resolver y crear, incesantemente, al ritmo de la naturaleza, sin horas ni minutos, sin reglas que limiten tu imaginación...Ese mundo donde, también a veces, todo es posible.
“Se trataba de cosas cotidianas, de ir con mi abuela a ver a las gallinas todas las mañanas y que la no ponía huevos no salía, se quedaba ahí. O que con la caña de azúcar teníamos que pasar por el Trapiche y tener el huarapo fresco. Y en las tardes ir al río Palmira, y hacer pozas, y bañarte en el río sin que nada te apure en la vida. Vivíamos sueltos en la Selva, nos pudimos haber cruzado con una serpiente, pero nunca pasó. Cuando tú respetas los espacios de los animales, ellos te respetan a ti”.
Cuatro generaciones de la familia Egg vivieron en Palmatambo, hoy deshabitada. Once hermanos que vuelven únicamente para retratar aquellos instantes pozuzinos vividos hace muchos años, los protagonistas de una historia y un contenido que había marcado vidas.
Solo alguien que transita el proceso de una mudanza territorial permanente, a un lugar desconocido y, por ende, totalmente distinto, puede explicar claramente lo que significa ser un migrante.
¿Cuándo cambió tu vida radicalmente?
¿Por qué saliste de tu país?
¿Sabes claramente a dónde vas?
¿Volverás?
¿Por qué ir? ¿Por qué no ir?
¿Y tu familia? ¿La que se queda, la que se va, la que se va contigo?
Dejar lo aprendido y tan bien conocido, para llegar a lo totalmente inesperado.
A tierras tan lejanas...
A ser extraños, y a encontrarte con extraños.
A creer en las promesas hechas.
A enfrentar las promesas rotas.
A construir, a reconstruir, a permanecer...
A vivir
Era 1859, ciento sesenta años atrás, y un grupo de colonos salen de Tirol, la región de Austria, y deciden migrar a Perú trayendo mano de obra tecnificada que el gobierno peruano de aquel entonces demandaba. Cerro de Pasco se convertiría en la sede de una historia narrada muchos años después. Sin embargo, en medio de las promesas no cumplidas, varios de ellos desertan, se quedan en el camino y, ante la ausencia de una carretera, los que persisten tardan dos años en llegar a lo que sería su destino final: Pozuzo.
"Olvidados completamente por el gobierno peruano y por el austriaco alemán, porque habían renunciado a sus nacionalidades, quedan en un limbo, porque finalmente no eran peruanos, ni austriacos, ni alemanes, no hablaban el idioma y solo guiados por un cura es que llegan a este lugar, fundan el pueblo y mantienen sus costumbres, su cultura y su idioma, que es lo más importante”.
Vivieron aislados por cien años, y durante todo ese tiempo mantuvieron, especialmente, el dialecto tirolés, algo que permaneció como primer idioma hasta la tercera generación de habitantes y que asimismo se fue diluyendo con la última generación que viviera en aquel Tirol peruano. Son pocos los que quedan con el idioma original entre manos y con ellos se acaba definitivamente el uso de aquella lengua. A menos que se genere una retransmisión del lenguaje y nuevos miembros del grupo transfieran esta parte intrínseca de su cultura.
“Mantienen su manera de vivir, sus casas construidas a su manera, con el estilo europeo. Aprenden a convivir con la selva, tuvieron que dominarla, una que en ese entonces era selva virgen. Viven asilados tanto tiempo que por eso se mantiene la cultura tan vívida, hasta la generación de mi mamá”.
Contra-intuitivo
Los rasgos culturales de un grupo específico pueden estar tan definidos por ciertas características específicas como el idioma, que ir perdiéndolas a veces produce una sensación dolorosa y de una lengua que se va percibiendo extraña con el paso de los años. La lejanía del país original, el tiempo fuera, el posterior encuentro y la convivencia con nuevos hablantes nativos, los procesos de socialización...La oxidación y acaso ¿la muerte de algo tan representativo como lo es la propia lengua? Quizás una fusión cultural que, a veces, elimina plaquetas y latidos de una cultura foránea.
“El primer idioma de mi mamá sigue siendo el Tirolés, ella aprende el español recién a los 10 u 11 años y lo aprende por vergüenza, porque los peones que llegaban no le entendían. Y la segunda razón es que era época de Segunda Guerra Mundial y en el Perú se prohíbe la enseñanza del idioma alemán en cualquier colegio y esto genera una pérdida posterior total. Porque en mi generación no hablamos el idioma. Y es impresionante cómo se mantienen esas tres generaciones hablando el dialecto y después hay una caída completa”.
La fusión definitiva
“Había un mundo por descubrir, el Tirol les queda chico después de tantos años de vivir aislados”.
Con la llegada de la carretera, alrededor de 1976, llega también el cambio drástico, radical. “Llega la construcción diferente, llega el concreto, la modernidad. Llegan personas de otros lugares a esa zona, e incluso ya no se casaban solo entre ellos como lo habían hecho durante varias generaciones. Hasta la vestimenta cambia”.
El proceso fue natural. Criados en un marco de timidez hacia lo desconocido, y al mismo tiempo con la añoranza de aquello diferente.
“Otras culturas fueron bienvenidas. Por ejemplo, tienes el descendiente y el no descendiente que involucra miembros de otros lugares, como la Zona Andina o la Costa. Pozuzo siempre ha sido un pueblo cálido, al menos yo nunca sentí la diferencia entre si tú eres o no eres de allí. Y hasta el día de hoy, lo rico es que la cultura se está tratando de rescatar, esa parte austriaco-alemana. Hoy hay centros culturales, el no migrante se viste con sus trajes típicos, feliz y orgulloso de pertenecer al pueblo. Ya hay una identidad propia, que es una fusión entre el local y el austriaco-alemán”.
Palmatambo
Todas las posibilidades para vivir al máximo estaban abiertas. Todos los lazos familiares estrechándose constantemente. Todos los sueños echados al camino por delante, levantándose a diario y conviviendo con la imponente selva peruana, con ese verde irreverente y tan único al mismo tiempo. Toda esa adrenalina que destila una niñez enfrentada a la naturaleza pura, a la libertad sin relojes reales, a la calidez de un ambiente construido de forma única.
“La casa está en plena Selva, y en ese entonces todavía no teníamos acceso a ciertas cosas. La televisión llega a Pozuzo recién a finales de los años 80, nuestra infancia fue diferente. Mis recuerdos son con mis primas y todas las travesuras que pudimos hacer en esa casa. Era una vida sana, tranquila, en los inviernos llovía y esperabas a que deje de llover para ir a jugar a los charcos con tus barquitos de papel, nada pomposo, todo lo contrario.”
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Una conexión que permanece en el presente y que probablemente perdure en adelante. La simbiosis con lo natural, con la tierra, con aquello que marcó un punto de partida en el inicio de la vida de muchos nacidos en el Perú, aunque sus raíces provengan de un continente lejano.
“Cada vez que estoy allá me cargo de energía, eso es indispensable. Por eso creo que las imágenes traen consigo esa añoranza...”
Tiempo Ausente
“Cuando veo que se mantuvieron tan firmes durante cien años, puedo entender muchas cosas. Puedo entender por qué al hablar con alguien de la generación de mi madre se sienten tiroleses, se sienten austriacos y que se sienten de esa manera porque han sido criados como si estuvieran en el Tirol de Austria, pero ocurrió en la selva del Perú. Siento que más allá de mi ausencia hacia Pozuzo, hacia esta casa y mi añoranza, la añoranza de ellos era mayor. Ellos crecieron pensando que casa era Tirol, lugar que muchos de ellos nunca han conocido hasta el día de hoy”. Incluso si hablas con algunos de ellos, se sienten austriacos”.
Pero nacieron aquí, en Perú...
“Todos somos peruanos, y ellos se sienten peruanos y te van a decir Soy peruano, pero su corazón se siente tirolés”.
Para la realización de este proyecto los once tíos de Gabriela regresan a la casa de Palmatambo, después de muchos años, en medio de un ambiente colmado de una combinación de emociones esperadas e inesperadas al mismo tiempo. Nostalgia inicialmente reivindicativa, la no renuncia a la identidad que aún permanece en cada rincón de la casa, esa irrefutable memoria que impacta con fuerza a cada uno de esos once seres cargados con una dualidad cultural que guarda distintas experiencias físicas, mentales y emocionales, un proceso de encuentro en un ombligo de su propio mundo creado entre dos continentes, a larga distancia, conviviendo con lo nuevo y haciéndolo propio con el pasar del tiempo, compitiendo tal vez consigo mismo tantas veces, uniendo a los miembros de un equipo famliar que, en el fondo, busca permanecer en sus orígenes.
“Estos tíos regresan a esta casa después de muchos años, las lágrimas y los agradecimientos fueron permanentes y estaban en un ambiente con mucha nostalgia, con mucha pena. O sea, el encuentro fue muy bonito, pero también estaban muy apegados a los recuerdos. ¡Y añoré muchísimo! Y creo que las imágenes traen esa melancolía”.
Para capturar exactamente lo que ella buscaba, fue necesario la conversación previa y utilizar su experiencia retratando niños y llevar toda esa psicología, usada de forma cotidiana, pero esta vez con su familia. Les decía que se iban a transportar en ese momento en el tiempo y que recordaran aquellos años vividos.
“En fotografía, cuando estudias, siempre te hablan de The Golden Hour, la hora perfecta para tomar la foto, pero cuando haces un proyecto de esta naturaleza, en el que estás conviviendo con personajes por una semana, no sabes a lo que vas. Yo no sabía si mis tíos se iban a prestar para hacerlo, si eran fotogénicos o no. O sea, es lo que es. Iba, un poco, dispuesta a lo que me dieran, a lo que diera la situación y para mí fue como un Storytelling, se trataba de que contemos una historia. Fue una relación que hacía mucho no tenía con mis ellos, y pude rescatar muchos momentos lindos por lo felices que ellos se sentían al poder participar en el proyecto”.
El objetivo estaba claro, además de la recuperación y entendimiento total de las vivencias durante los primeros años de la vida, Gabriela Zevallos Egg quería dar a conocer a todos la historia de su familia materna, ese sentido de identidad que surge para muchos en medio de la diversidad y las diferencias.
“No solo es un legado familiar sino un legado cultural. Este es un registro histórico valioso, porque no sabes en cuanto tiempo se podría perder. Creo que muchas personas que ven estas imágenes, más allá de que sean de Pozuzo, o no, se pueden sentir identificadas. Sentir y ver a una generación anterior, y tal vez poder rescatar estos vínculos familiares que son lo más importante”.
Una silla en el desierto
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Esta fotografía carga sobre sus hombros la marca latente de la ausencia pura. Esta imagen es la que enmarca la muestra. Aquél era el asiento del abuelo Egg, y aunque él ya no está presente, cuando Gabriela ve este espacio sigue sintiendo que él está ahí, que nunca se fue realmente...
Hay constantemente una sensación de mucha nostalgia, de algo que se detuvo en el tiempo. Así, las fotografías documentan la vida, casi en detalle, de esta familia y nos entregan una información cronológica que reconoce la singularidad cultural en sus actividades y el despliegue de diversas costumbres, en las piezas que eligieron para convivir y en su proceso de desarrollo tan personal.
“El cuarto de la izquierda era el de las mujeres, y el de la derecha era el de mis abuelos. Y la casa está construida de tal manera que te da estos ángulos perfectos, y los retratos que hay, todos religiosos. Eran personas muy...muy religiosas. Aún recuerdo que se rezaba antes y después de cada comida, y todas las noches el rosario en el oratorio del tercer piso”.
Una aproximación casi periodística sobre un periodo exacto en la línea de tiempo y la atención que se activa sobre la relación que establece un grupo específico, en un lugar específico, modos de vida que afectan sus emociones, creatividad y que los moviliza hacia el accionar determinado ante distintas situaciones.
Un Pozuzo retratado en medio de rasgos histórico-culturales y la técnica profesional que devela luces muy contrastadas provenientes de las montañas y el sol tan fuerte, o los blancos puros para conjugar y sentir la fuerza de la naturaleza.
La entrañable tía abuela
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a toma ocurrió casi en un segundo, sin la intención de que así fuera, de pronto salió. María, la madre de Gabriela, acababa de despertar y se asomó por la ventana para preguntar que hacían. La artista solo tomo una imagen, que es la que se expone hoy.
“Hay una foto de mi mamá tapándose la cara. Es una imagen con mucho poder para mí porque más allá de que se trate de ella, esa es la imagen que yo veía cuando llegaba a Palmatambo, la de mi tía abuela, viejita, dándonos la bienvenida siempre con su pañuelo puesto...Cuando la revelé dije ¡Dios, pero esta es mi nala!”
Y así, sus fotografías mentales continuaban recorriendo un camino a la realidad tangible del hoy, aquel sería el regreso permanente en el papel y la tecnología.
“Como soy tan visual yo recuerdo por imágenes, mi ojo se fue desarrollando así desde chiquitita. Las cosas que recuerdo no son situaciones, como la mayoría de las personas, yo solo recuerdo imágenes, por ejemplo, estar echada en la piscina y ver exactamente cómo eran las nubes en ese momento, las montañas, los rostros...”.
Una – Pin, Dos – Pin Pin
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“Puedo decirte exactamente lo que ocurre en cada fotografía, porque eso es exactamente lo que yo veía en Palmatambo...”
No solo se trató de lo que la rodeaba, del verde, el cielo y las montañas, de los animales y la tierra abundante; además la historia hace memoria y ahora le narra el sentido de la vida distinta, de convivir con lo alejado y establecer las propias reglas de un juego llamado supervivencia; dominar la vida y que el mundo gire a tu alrededor y no tú alrededor del mundo.
“Por ejemplo, la imagen del reloj es una de las más importantes, porque ese reloj marcaba lo que ocurría en la casa y, como no había electricidad, lo que ocurría era que a cada hora sonaba el aviso – Una, pin; dos, pin pin – Entonces tú escuchabas y sabías qué hora era y qué actividad te tocaba hacer. Y así todo transcurría desde que te levantabas, por la mañana, hasta el final de la noche...”.
El gen soñador
“Tirol...Sé que Tirol es casa...No tengo ni idea de dónde está...En Europa...”
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Ellos soñaban no solo con el amado Tirol europeo, sino con descubrir qué había más allá de sus fronteras en Pozuzo, la tierra única que habían diseñado a su manera y bajo sus propias expectativas pero que, a cierto nivel del viaje de vida, ya les iba impidiendo dar algunos pasos, más que de vez en cuando.
“Todos mis tíos son súper soñadores. Por eso esa imagen a mí ¡me encanta! Sobre todo, la vaca que pasa por atrás justo en el momento indicado, y él me decía ¿cuándo me vas a dejar de tomar fotos? ¿Ya me vas a dejar de tomar? Y yo le había hecho solo dos imágenes. Esta imagen retrata lo que es el mundo de la familia Egg ¡todos soñadores!”
Era el abuelo de la familia, Hermann Egg, quien los transportaba, tantas veces, a un mundo más allá de su espacio inmediato. Alguien a quien los amigos extranjeros le mandaban revistas con contenido que luego el transformaba en narraciones inolvidables. Aquella era la manera de iniciar el viaje a otras tierras, a otros ambientes, al Nunca Jamás que finalmente...es infinito.
“Viendo esa imagen me imagino la infancia que tuvieron, soñar con tan pocas cosas que poseían porque no estaban expuestos al mundo más allá de las historias que contaba mi abuelo. Creo que en Palmatambo están todas las National Geographic desde que salió el primer número, y todas las Selecciones también. Es interesante esa infancia, todos estos tíos viviendo en esta casa, en el medio de la nada, en la Selva, deben haber soñado, aspirado que había un mundo allá afuera”.
Algunos de ellos migran a otras ciudades, en busca de nuevos terrenos y de otras experiencias de vida. El cambio progresivo resulta notorio entre generaciones, las primeras mantienen el idioma original pero no acceden a las oportunidades de conocer qué hay más allá de las fronteras y únicamente van a la escuela primaria; mientras que las generaciones más jóvenes emprenden un camino más arriesgado y amplio, llegando a la universidad y a la convulsionada capital, Lima.
“El pueblo cambia en general porque, así como ocurría en esta casa, ocurría en todas las demás casas de Pozuzo. A los menores ya se les permitió soñar, y cumplir esos sueños. El día de hoy ya llegó Whatsapp al pueblo y es interesante ver a los pozuzinos con Instagram y Facebook, y las cosas que ponen pero bueno, es un medio, el mundo está cambiando”.
Los años felices
Robar la chancaca de la abuela y los tomates...
Jugar a las escondidas y esconderse entre hojas de tabaco...
Descubrir el olor profundo del plátano...
La sopa de pelotas...
Se es niño solo una vez en la vida y, para algunos, ciertas memorias están relacionadas con la libertad y la plenitud del descubrimiento constante, con cada uno de los sentidos, la curiosidad máxima, con el instinto puro, la confianza en lo que te rodea, el camino no trazado y con intentar volver realidad toda la creatividad que parece que va a explotar dentro de la mente, abierta siempre a más y a nuevas posibilidades.
“Con mis dos primas íbamos y nos robábamos la chancaca de la abuela, cogíamos el cuchillo de pishtar del cerdo, que era gigante, suerte que nunca nos volamos un dedo, y cortábamos la chancaca que era durísima, y tenía que ser con ese cuchillo porque sino nos descubrían. O nos robábamos los tomates. Debo haber tenido 6 o 7 años”.
Volver a escuchar las mismas canciones, ver determinadas imágenes, tocar elementos específicos, saborear ciertos sabores o, como en el caso de Gabriela, retornar a la infancia añorada por medio de los olores, como uno de los más potentes recursos en la recuperación de aquellos momentos únicos.
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“Para mí, hasta el día de hoy, cuando voy, puedo oler hasta a mi abuelita. Entras a la casa y está presente el olor a tabaco en el cuarto de mi tío abuelo, eso es algo que te marca, pasear por sus balcones y sentir la presencia de varias generaciones. Eso es lo más bonito. Aún recuerdo el olor a tabaco, a café. Mi abuelo hacía puros y cuando jugábamos a las escondidas a mí me encantaba subir y esconderme entre las hojas de tabaco, olerlas, el tabaco aún verde, aún cambiando de color y esa sensación del abuelo presente, hasta hoy, siempre”.
Los sueños cumplidos
¿Dónde empieza la realidad y dónde termina la ficción? Hay siempre un punto de llegada para los anhelos... ¿Verdad que sí?
“Para un pozuzino se trata de´haber logrado fundar el pueblo. Los sueños hechos realidad de llegar al lugar, armar solos todo y crear este espacio, que surja y que lo hayan podido mantener con sus costumbres. Y para mí ha sido llegar a cierta edad y que al hacer esta regresión hasta mi infancia pueda mirar mi presente y sentirme contenta por todo lo que he logrado. Más allá de la parte familiar o profesional, lograr este proyecto a esta altura de mi vida, con el conocimiento que tengo, es muy enriquecedor. Si lo hubiese hecho veinte años atrás tal vez no tendría el valor histórico ni personal que tiene ahora”.
Las pérdidas
La integración a una nueva sociedad muchas veces implica la desintegración progresiva del propio set de rasgos culturales, la difuminación de algunas prácticas mientras la fusión con lo adquirido cobra protagonismo en el presente y también en el futuro. La vida para los miembros de Pozuzo no fue la excepción a la aparente regla.
“Mi madre regresa a Pozuzo porque nunca se acostumbró a Lima y se da cuenta cómo el pueblo había cambiado. Lo primero que hace es crear tardes costumbristas para seguir hablando el idioma, porque la pérdida del dialecto tirolés y de la cultura había sido desmesurada en todos estos años... En la última década hemos tenido el apoyo de las embajadas de Austria y Alemania, que están muy involucradas en mantener la identidad del pueblo, ya se vuelve a enseñar el alemán, hay tres casas culturales donde aprender los bailes y se comienza a trabajar en la restauración de los bosques”.
Todo cambia necesariamente, la necesidad de cruzar los límites, salir del cuadrado perfecto, cruzar el sentido de la protección absuelta, saltarse al riesgo mayor y abrir oportunidades de decisión y adaptabilidad para futuras generaciones.
"La brecha con nuestra generación es grande. Especialmente cuando sales y conoces otro mundo, y vives más, y te cuestionas…Ocurren nuevas vivencias...Cuando creces un poco oprimido hacia ciertas reglas el ser humano siempre tiende a romperlas. Mi generación, por ejemplo, ya no es tan practicante en lo religioso como la de ellos”.
La abundancia sin prejuicios
“Recuerdo que de niña nos llevaban al internado, y que allí nos mandaban a comer porque el gobierno enviaba quinua y otros productos nutritivos para alimentarnos porque supuestamente éramos un pueblo pobre, como siempre se ha creído que son todos los pueblos. Pero nuestra realidad es que en casa siempre estuvimos bien alimentados, por eso parte de lo que se muestra en las fotografías es la abundancia, una que siempre existió. Tenías tus animales, no había electricidad, pero se ponía la manteca y te duraba tres meses, había gallinas, vacas, leche, fruta, yucas, nunca hubo falta de algo. Es más, yo llegaba a Palmatambo y a todos los nietos mi abuela nos mandaba con las mochilas llenas, con queso, mermelada y más”.
El tiempo sigue corriendo, ella ha recuperado una parte de su vida que, aunque siempre estuvo ahí, había aletargado un poco su voz. Gabriela es la pozuzina orgullosísima de sus raíces y también la artista que considera que para lograr que el movimiento cultural artístico del Perú se torne más sólido hace falta, antes que todo, descentralizarlo, porque además de Lima, Arequipa, Puno, Cuzco y Trujillo hay mucho más. Cree que necesitamos más Centros Culturales como el Inca Garcilaso, que apoyen a los nuevos talentos.
“Porque más allá del medio que uses para expresar algo es importante tener el lugar donde mostrar lo que haces. Hay mucho movimiento, muchos chicos que están haciendo cosas, pero también es importante el storytelling, crear el concepto. Esa es una parte en que se tiene que trabajar un poquito más y en conjunto con los centros culturales”.
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La vida se vuelca entre sus proyectos profesionales como fotógrafa, su familia y el tiempo que pasó de ser ausente a uno totalmente presente; restaurar y conservar Palmatambo y darle un vuelco hacia la difusión cultural.
La conversación va llegando a su fin y Gabriela dice que antes de morir todos deberíamos de haber visto Indochina, la película, que disfruta muchísimo viendo documentales y que por ahora es el turno de Abstract de Netflix, y de leer Julia. Una fotógrafa peruana que no podría identificarse con una canción especial, porque puede escuchar música clásica, moderna, tirolés o reggaetón con sus hijas e igual disfruta...” Para mí la música es vida, se trata de lo que te hace vibrar, es felicidad”.
Pozuzo es su ciudad inolvidable. Tirol, el sonido de casa. Perú, su hogar. La naturaleza es sinónimo de color verde y la luz, la imagen de la felicidad. El pasado es añoranza, el presente se trata de vivir, el futuro de los proyectos y Egg enmarcará siempre la palabra Familia. La infancia es también la felicidad, su familia el amor, los retratos un sello y en medio de todo eso las memorias de una niña, ahora adulta, se siguen entretejiendo mientras va corriendo, saltando, nadando, envolviéndose de vida bajo el cielo raso y los árboles engeridores de la Selva peruana, y perduran aquí y también allá, en una provincia que un día recibió a desconocidos, los hizo sus amigo hasta el día de hoy. Allí, donde El Tirol europeo llegó hace ya más de cien años para encontrar, establecerse, atesorar y crecer en la constante abundancia. Allí, donde un día nació el Tirol de la Selva, el Tirol Peruano.
Créditos: Las fotografías en blanco y negro son autoría de Gabriela Zevallos Egg, han sido tomadas de su sitio web https://www.gabrielazevallos.com/
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