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LOS LATIDOS DE GISELLE

Foto del escritor: LUCY QUINTANILLALUCY QUINTANILLA

Para siempre

"Si me presionas para decir ¿por qué lo amé?

Solo diré que lo amé porque él fue él,

y yo fui yo"


- Michel de Montaigne





Escribe Lucy Quintanilla


No deja de aplaudir y moverse sobre su butaca, mientras el cuerpo de baile, allá, arriba en el escenario, celebra la vida en el campo con tanta libertad y belleza que la distancia entre su universo y el nuestro parece desaparecer por completo. Ella sigue aplaudiendo y danzando con la cabeza, con los pies que no llegan al suelo y también con los hombros. Es una niña pequeña, de tres años, sentada junto a mí en la primera fila, lleva un tutú celeste y una capa, también de tul y también celeste, una corona de flores y un leotardo rosa, como sus medias y sus zapatillas. Parece una de las Willis en miniatura, quizás se ha escapado de la gran caja musical que se ha abierto después de la tercera llamada, cuando las luces se han apagado por completo y el silencio ha decido reinar entre el público.


Tal vez quiso visitar, por un momento, un mundo distinto al suyo y ver desde la platea su infinito en el campo y la corriente de escenas que se van forjando para entronar al amor como protagonista, o mejor dicho al desamor, al enamoramiento irracional y a que te rompan el corazón de forma brutal en medio de una opulenta traición, de la indiferencia sin renuncia y la locura por la falta de todo, de él, de la vida junto a él, de sí misma...De todo.

Quizás no entiende lo que ve, ¿por qué Giselle se desgarra la vida de esa manera? ¿Por qué parece no entender nada y dar pasos sin sentido, aquí y allá? ¿Por qué hablar sola y correr sin rumbo únicamente para caer, por completo y no levantarse más?


La música de Adolphe Adam nos seduce a todos y la sincronía de los divertidos sonidos de la alegría, la primavera constantemente fértil y lo bonito de una pradera de cuentos de hadas se fusiona, en un intenso contraste, con las notas de suspenso que enmarcan el dolor, el desconsuelo y el aborrecimiento por la vida en este momento en que todo, especialmente un corazón, se ha partido en mil pedazos que no se volverán a unir jamás.



BACKSTAGE



Claudio Valdivia tiene todos los sentidos puestos en los bailarines, la coreografía, la perfección de los detalles percibidos desde el otro lado del escenario y en sí en la realización completa. Los tachos de luz también iluminan al maestro de la Compañía del Ballet Municipal de Lima mientras recorre espacio tras espacio entre bastidores recibiendo a los artistas que vuelven a la realidad entre saltos, respiraciones agitadas, sonrisas a veces, rostros serios otras y concentración absoluta cuando solo han regresado a bambalinas para retornar, dos segundos después, al mundo bucólico de la Renania alemana y este gran clásico del Periodo Romántico hoy hecho ballet. Hay un vínculo casi familiar entre todos, a los bailarines hay que darles indicaciones, ánimos y ayudarlos en lo que necesiten.


Recorro por un rato el espacio y encuentro que sobre una mesa reposa parte de la inspiración estética que luego se volcará en las celebraciones junto a los habitantes del mundo Giselliano: las canastas con flores, con uvas, con el collar de Bathilde y el cuerno de Hilarión. Al lado, una pantalla acerca lo que ocurre allá, a dos o tres metros de nosotros, cruzando todas las líneas peatonales en amarillo y negro que recubren el piso de madera y que ahora nos separan de aquella burbuja que está tan cerca, ¡tanto que casi la puedes tocar! y que, al mismo tiempo, resulta inaccesible.



Aquí, en este gran salón oscuro tan solo iluminado por el reflejo de las luces escénicas hay Willis en tutús y leotardos blancos, sentadas en el suelo mientras revisan un rato sus teléfonos celulares, son Willis 5.0, unas de carne y hueso que sonríen y bromean entre ellas antes de regresar a la historia de amor que se ha detenido en el tiempo y que, año tras año, se suele celebrar en los teatros alrededor del mundo. Otras bailarinas van de pie, con ambas manos sobre la cintura observando la pieza de Giselle ya convertida en espíritu y siempre enamorada de un aturdido, y en vano arrepentido, Albretch.


Al fondo, allá, entre paredes cubiertas de negro, cerca de la escalera que roza el techo hay solo una bailarina, ensayando lo que sigue, sus brazos vuelan con el aire y sus pies tienen memoria, narrando así una historia envuelta en un vals en solitario con la mirada puesta en el vacío que representa la escena que tocará más tarde, está sumergida en su espacio de cristal, impenetrable y alejado de todo.


Mientras tanto, Rosa Bustos Quevedo, el hada madrina de la utilería corre de un lado al otro, perdiéndose tras los siete metros de infraestructura que significa la imagen de fondo que las audiencias ven, representada con lo que sería el castillo, las nubes, los pastos y aquellos árboles testigos de la magia entre la vida y la muerte. Rosa siempre tiene algo entre las manos y no hay nada en qué detenerse salvo aquello que signifique tener las cosas a tiempo, desde un bouquet hasta acomodarles los vestidos a las Willis que no se han percatado que había algo que colocar en su lugar.


“A las chicas las veo desde que empiezan hasta que salen del escenario y a veces se me salen las lágrimas, como si fueran mis hijas”, dice Rosa.


Se trata de una comunidad de personajes trabajando para que Giselle cobre vida con éxito.

La danza hablando del amor, de la libertad, de la esperanza y las ilusiones, esa que vemos desde los asientos del Teatro Municipal de Lima, es la respuesta a meses de esfuerzo creativo, ensayos, estudios de personaje y, siempre, al empeño de aquellos que no suelen salir a escena: los maestros, los técnicos de luz, sonido y la tramoya, los responsables del vestuario, los miembros de utilería, el equipo administrativo y más. Hablamos de un backstage general, que ahora cruza los límites del espacio aquí, tras bastidores, para viajar allá, a cinco minutos, hasta la entrada principal del teatro. Todo y tanto movimiento es lo que hace posible que encontremos escenas de la realidad plasmadas en los intercambios de bailarines y bailarinas que hoy, después de dos años de incertidumbre, pérdida y miedos, vuelven felices a una nueva temporada íntegramente desarrollada en este espacio arquitectónico que se inauguró hace ya más de cien años.

“El regreso ha sido complicado, técnicamente han ayudado las funciones más chicas que hemos tenido pero artísticamente, el hecho de haber estado encerrados...Teníamos guardadas un montón de emociones y ha sido una explosión para todos, volcarte otra vez por completo al escenario, al público. Es otra cosa, reencontrarnos ha sido muy fuerte pero maravilloso, como la familia grande que somos”, comenta Guadalupe Sosa, maestra del elenco.


LA FAMILIA HECHA BALLET


El cuerpo de baile lo es todo, sin ellos no hay función, son el soporte para ti como bailarín principal, porque de nada sirve que hagas un trabajo bueno si el cuerpo de baile no está completo o bien elaborado y viceversa. Además, es gratificante entrar y ver un trabajo hecho con tanto esfuerzo por parte de tus compañeros, ellos son la base de todo...Cuando bailo roles como solista pienso que ellos son como la orquesta de tu danza, el soporte que tienes para levantarte”, afirma Solange Villacorta, primera bailarina de la compañía.

Por lo general, cada vez que corren hacia el backstage, al término de una escena, el conjunto de bailarines entra sonriendo, bromeando y siendo cómplices. Se han vuelto a reunir por completo, con la libertad que permite el paso del tiempo y, esta vez, cargados de trajes que transportan a las audiencias hacia un espacio y momento específico de pasado, con aquellas vestimentas históricas, románticas y ahora llenas de ficción. Por unos instantes, las figuras femeninas encorsetadas de la obra se fusionan con la espontaneidad de soltar al personaje durante un fragmento de tiempo y esperar a que nuevamente sea su turno para dominar el sitio que ocupan

SOY GISELLE




Siento que estoy experimentando y aprendiendo cosas nuevas - me dice Oriana Plaza, también primera bailarina del ballet – Es la segunda vez que interpreto a Giselle, pero siento que le he encontrado otros matices, cosas más emocionantes. Y con el regreso me siento súper contenta y ¡nerviosa también!

Cuando me acerco al camerino Oriana ya está casi lista, sentada sobre el suelo termina de arreglarse las zapatillas y le cuesta más que en otros momentos hacer comentarios sobre la obra, faltan diez minutos para que comience la pieza y necesita concentrarse al máximo, consigo misma y también con Giselle.

Envueltas en un tul suave que se mueve cargado de belleza y que evoca a un ser enamorado cuando todo parece flotar o permanecer en constante estado de inspiración y ensueño, las bailarinas logran que el Segundo Acto sea la reinterpretación constante del amor en movimiento, uno que no siempre te lleva al destino esperado, pero que baila, baila y sigue bailando.

“ESTE ES UN ROL SOÑADO PARA MÍ, BAILARLO HA SIDO UN SUEÑO CUMPLIDO. Y ha llegado en el momento preciso, en el momento indicado.
Giselle es un ballet completamente nuevo para mí, ha sido un trabajo completo desde el principio del personaje y sentía mucha expectativa. Y todas las emociones que hemos tenido y descubierto en la pandemia, la tristeza, la incertidumbre y la nostalgia creo que internamente me han ayudado para ponerle esa dosis al rol porque creo que se ha podido expresar todo lo que se tenía acumulado”, continúa Solange Villacorta.

EL AMOR, ANTES Y DESPUÉS DE BAMBALINAS



La locura ensordecedora que ataca a Giselle, la escena desgarradora del amor perdiéndolo todo y la muerte de la mujer que hacía tan poco, se sentía dichosa y en una constante explosión de libertad para amar y ser amada.


A la caída estrepitosa de la protagonista le sigue el desgarrador grito materno, la desesperación por la derrota total de la hija que tiene en brazos y que no despertará más. Patricia Cano, en una maravillosa interpretación, nos recuerda la escena del Guernica de Picasso, la vida y el cuerpo totalmente quebrados, el desconocimiento de todo suceso posterior y la inconsolable sucesión de hechos que no se detienen.

Una obra que, a través de diversos referentes estéticos, de los sonidos eternos y el baile como instrumento clave de expresión corporal nos narra una historia que siempre ha existido y que, es probable, siga ocurriendo por los siglos de los siglos.

Al parecer, a veces, del amor al desamor sigue habiendo un solo paso.

Ellas van envueltas en faldas midi que definen tutús románticos y coloridos. Ellos, con capas, botas y chalecos. Juntos crean una y mil razones para amar el ballet clásico, para relacionarlo con la vida misma y encontrarse en lo percibido, durante dos horas, en un precioso teatro ubicado en el Centro Histórico de la capital. Corren hacia el escenario y son personajes de ficción celebrando la existencia y llorando las desgracias; corren hacia el backstage y son los bailarines que valoran la originalidad de volver a estar juntos y seguir creciendo al lado de todo el equipo que los rodea y que, durante una función más, ha hecho posible que sus roles cobren vida.


Tal vez no haya mejor momento ni manera de saber hasta dónde se puede llegar. Tal vez es hoy, bailando, cantando, enseñando, iluminando, construyendo, escribiendo...Nunca sabes realmente qué hay mañana, ni pasado ni después. En todo caso, todo lo que se tiene es la siguiente apertura del telón, la próxima tercera llamada indicándote que ¡ya es hora de salir a escena!, de apagar los teléfonos, de prestar atención...De mirar, escuchar y sentir lo que ocurre alrededor olvidando que el tiempo, a veces, parece correr a la velocidad de la luz.


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