Y la luz que llevamos dentro
"El rostro de una persona no existe en sí mismo,
el rostro solo existe cuando es iluminado por la luz".
Alfred Hitchcock
Cita tomada del libro "El Eco Pintado", de Óscar Martínez
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Amanece distinto y anochece en medio de la revolución incansable de la luz del día. Me encanta observar los rayos del sol que parece más contento en este viaje, acompañándome inesperadamente por todas partes.
"Inesperadamente", así sigue ocurriendo todo. Me pierdo, encuentro, me vuelvo a perder, vuelvo a encontrar, tengo tanto por contar hasta que finalmente oscurece, muy tarde y entonces olvido que llegué casi de repente, como el mensaje de texto que me trajo hasta Europa una madrugada de primavera, hasta el mismo aeropuerto donde una tarde de invierno hicimos una promesa que no romperíamos jamás, volver a vernos en tan solo unos meses...Cinco años después hago una escala en una ciudad que aquel día brillaba y el gran amor geográfico esperándome un par de horas después... Londres incansable, allí estabas, salvajemente creativa, extrañamente confundida, ferozmente seductora. Y era yo otra vez, yo de principio a fin, escribiendo la segunda parte de Los Días Felices.
Todo ha cambiado tanto, por dentro y por fuera...
La librería barco sobre el canal sigue allí, The London Bookbarge, todavía es temprano y en mi mente el efecto es inmediato, mirar todo con tanta sorpresa, con incredulidad porque finalmente vuelvo a recorrer los mismos caminos en que fui tan feliz, incansablemente feliz, los conciertos de jazz que suelen hacer aquí, en “Word on the Water”, el mismo misterio encantador desde la entrada y los libros infinitos en su interior, la música nuevamente y aquel marco insaciable, con las puestas de sol londinenses que nunca se fueron de mi memoria, mientras la vida pasa atenta, a pie, entre las aves, el agua siempre paciente y posando coqueta ante el mundo, los colores que juegan en el cielo y la gente que viene y va. El precioso hotel St. Pancras que sigue allí, imponente, entre la estación del tren y la locura de Euston Road, ese hotel ante el que difícilmente sabremos si es más bello por fuera o por dentro, solo queda pensar que no te cansas de observarlo. Sigo caminando y todavía llevo la maleta entre sus ruedas y allí están, las flores en King's Cross Station, envueltas en los conos de papel entusiasmadas por llegar a sus nuevos hogares, compro algunas, harán falta en algunos minutos para intentar replicar el color de la alegría a través de estos pétalos, la alegría de volver, de los amigos esperando, del amor que creció en estos años, aunque de un modo distinto.
Avanzo un poco más, la gente que llega, la que se despide, el tiempo que aquí jamás anda quieto, todo lo contrario, inquieto hasta la pesadilla más bonita, si es que eso es posible, con ganas de más, con prisa, con pausa, con el sonido de los pasos constantes. Central St. Martins, la mítica escuela de moda y diseño, ¿cuántas mañanas vine a escribir aquí en sus bancas y sus mesas a modo de terraza incluso en invierno? Me encantaba ver a los alumnos más estrafalarios del mundo, felices con sus cabellos verdes, rosa o morado, con unas antenas de corazones sobre la cabeza o caminando de espaldas. Todo ha cambiado para mejor, me dice un inglés que aparece a mi lado, pronto encenderán la pantalla gigante en el canal y sus películas clásicas al aire libre, cruzo la pista y las vuelvo a ver, las fuentes de agua en Granary Square jugando encantadas con decenas de niños que saltan, corren y parecen volar mientras intentan atrapar la lluvia de emoción con forma líquida y se envuelven en la locura de una tarde de cielo celeste, los pies descalzos, las gotas explotando en sus rostros y sus pies, y las carcajadas cómplices de Amelie, Felicité y Theresa. Sigo andando, los pequeños jardines abarrotados de gente, nadie se detiene, como la ciudad imperdible, decidida a empezar otra vez hoy, mañana y pasado mañana también.
Han pasado tan solo unos días, pero todavía recuerdo el momento exacto en que entré, sabía que nos emocionaríamos, pero nunca imaginé ser recibida entre gritos, abrazos y besos de bienvenida.
¿Cuánto tiempo pasó, realmente? No tanto, pero por alguna razón, cada año se sintió eterno.
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