EL ABRAZO DEL TIEMPO
- LUCY QUINTANILLA

- 8 dic
- 12 Min. de lectura
Frieze London & Yoshitomo Nara
Me sentía solo,
y la música y los animales eran un consuelo.
Podía comunicarme mejor con los animales,
sin palabras,
que verbalmente con los humanos.
— Yoshitomo Nara

Escribe Lucy Quintanilla
Cuando la memoria te hace muy feliz, es difícil elegir momentos específicos porque quisieras quedarte allí, navegando entre los recuerdos, incansablemente, sin ser consciente del tiempo a tu alrededor. Muchas imágenes llegan en tropel, es difícil elegir y, sin embargo, lo intento.
EL CAMINO A FRIEZE
Estoy en la Royal Academy of Music, voy a Regent's Park a ver las esculturas de Frieze London, la famosa, famosísima, feria de arte contemporánea anual y entonces caminar por Marylebone se vuelve algo icónico, esos días en que eres capaz de observarlo todo, de prestar tanta atención que hasta el viento tiene forma, lo invisible tiene forma y los detalles ahora se multiplican a cada paso sembrando una nueva realidad en tu camino.
Es el poder del silencio y el espacio, también de la voz de la calle con sus pausas breves y su velocidad rendida a una paciencia inquebrantable.
Esos días en que sales de una casa de las artes para ir a otra, a una inmensa e imposible de replicar porque en un rato llegaré no solo a la feria sino a ser testigo nuevamente de cómo la naturaleza se fusiona con las obras creadas por manos y mentes humanas. Esta parte del viaje que es la antesala a tantas primeras veces, incluso sin saberlo.
Voy pensando en el parque que es mítico en Londres, cada vez que lo visito quedo fascinada, quizás son las ardillas, la simbiosis entre la vida natural y la arquitectura urbana, los rosales en Queen Mary's Gardens, la idea del concepto de paisajismo que en cada visita se amplía...
...Los árboles en otoño, las hojas de todos los colores alfombrando las calles desde donde estoy que se multiplicarán por miles al llegar, el olor único de las plantas que siempre te trae paz y ecos de algo que parece que puede quedar congelado en el tiempo, no sé cómo llamarlo, es más grande que la alegría y solo lo puedo sentir, sin nombrarlo...
Voy lento, tan lento porque encuentro bocacalles preciosas; algunos Mews que, cada vez que vuelves, los encuentras más bonitos, en esas callecitas en las que desfilan fachadas de colores pastel y ladrillos londinenses, con sus balcones y sus ventanas de guillotina, todas salidas de los caminos de Mary Poppins. Sigo andando, más fachadas blancas de estuco y una simetría clásica que te inunda de congruencia emocional, más pasos cortos, más luz.
Sí. Hay mucha luz hoy, un día de otoño en octubre y el cielo es azul, y aunque hace tanto frío la tarde iluminada logra que, por un momento, la sensación gélida desaparezca.
Entonces solo sigues el rastro de la feria de arte que aparece desde mucho antes de llegar, los buses rojos de dos pisos pasan y repasan, la gente que camina en grupo, los amigos riendo en voz alta, algunos van despacio paseando a sus perros, otros corren, algunos esperan algo o a alguien, otros también van a ver las piezas, a los artistas y la suerte de fiesta de la creatividad que se arma estos días en la ciudad. Los carteles en el camino que anuncian FRIEZE a la distancia, los colores tan nítidos alrededor y tantas emociones juntas que inexplicablemente lo explican todo.
Aún camino por Marylebone Road, doblo a la izquierda y en aquel momento Park Square West...te detienes, sonríes un poco, bastante, y se trataba de un lugar que hasta hoy te espera con todo ese poderío corporal gracias a lo que su belleza comparte: una fusión de elegancia, tranquilidad y quietud idílica, esa sensación intensa tan opuesta al caos, una estética que te impresiona con sus grandes ventanales, los techos altos y la luz que parece más abundante, lo mismo que esa huella de amplitud y libertad de movimiento que te inunda de entusiasmo.
Al frente, allí, cruzando la calle está Regent's Park. Entonces, la belleza de la vida se multiplica por infinito.
ENNUI HEAD
Un adolescente, o un niño. La mirada perdida, agotada, desenfocada. La distancia de la realidad que te rodea, la contradicción con el movimiento feroz alrededor, estar y no estar al mismo tiempo, la evasión, el cansancio de lo mismo, ser pez fuera del agua y la libertad hecha ficción. Letargo, monotonía, el sentido sin sentido...
"Cada uno de ellos está condenado a seguir con la vista fija en el espacio,
como si lo observaran los demás, pero sin ver nada, incapaz de ver nunca nada. Es una fotografía de la muerte, el retrato de un hombre invisible" —diría Paul Auster en La Invención de la Soledad—, la historia ha venido a mi mente mientras descubro más un ala de la obra de Yoshitomo Nara.
Auster y Nara, el pintor y escultor, el escritor y narrador del sinsentido, ambos describiendo también la posibilidad de revertir la figura del vacío y dar paso a la reconstrucción interior. Ambos dibujando la ausencia como identidad y del mismo modo nuestra capacidad para desbaratarla y originar algo tangible incapaz de hacer daño.
Quizás ese niño sea el retrato de una sociedad bajo una constante transición a la nada, al vacío, al circo y comida, circo y comida, circo y comida.
El hastío mientras buscas la salida, aunque parece que aquí no hay puertas ni ventanas solo una ciudad prefabricada llena de promesas, ceguera con los ojos muy abiertos, una sordera emocional profunda y mucho fast food, fast fashion y fast mood.
Camino un poco más con tanta calma y tiempo mientras me detengo frente a la escultura de Yoshitomo Nara. Regent's Park sigue en ese constante estado de perfección y pureza espiritual, esa inocencia que no se contamina con nada, el viento de otoño, los colores tan intensos esa tarde como la alegría que sentía, la ingenuidad de los animales que allí se sienten capaces de ser ellos mismos, sueltos entre los árboles tan contentos y la música de la naturaleza que hasta en silencio susurra que sí.
Pureza, brillo y ligereza en la vida original. Y, al mismo tiempo, el peso en los ojos extraviados de aquel pequeño ser humano ahora representado en una cabeza gigante, llevando a una escala monumental tanto olvido, desinterés y aversión por el estado actual de algunas realidades, aquí y allá. Y aquí y allá, irónicamente, también como sinónimos de creer que todo es posible y ser invencibles encontrando el vínculo y el rompecabezas al que intuitivamente pertenecemos.
No fue un encuentro fortuito.
Ese día había gente sembrando nuevas plantas, recuerdo que estaban detrás de una de las bancas de madera casi blanca, habían llevado herramientas y seguían indicaciones unos de otros: cavaban, removían y recogían la tierra, colocaban nuevas raíces, semillas, eran cuidadosos, bromeaban entre ellos y a mí me parecían personajes dentro de un cuadro completo. La ciudad tiene tantos museos, cada uno más impresionante que el otro y, sin embargo, este me parecía el mejor cuadro de todos, podía escuchar lo que decían y también podía ver a las ardillas perseguirse unas a otras o correr con los niños, las aves volando, caminando o saltando, más gente recorriendo este lugar inmenso, las esculturas tan presentes a lo largo de todo el parque, cada una narrando una historia distinta y al mismo tiempo conectadas entre sí, creo que ellas también sembraban vida en ese momento, paz, asombro y alimentaban mucho más que la mirada o las ganas de distraerte un rato nada más.
Ese día, entre las múltiples obras de arte, los transeúntes cruzando el parque y Londres cargada de mucho movimiento por la semana de Frieze, me quedé frente a Ennui Head por un rato muy largo que, entonces, dejó de ser solo un momento y se transformó en un viaje entero sobre el que ahora escribo.
A veces, creo que la memoria no tiene límites, quizás cuando hemos sido muy felices esas fronteras se vuelven más pequeñas y recordamos hasta las milésimas de los segundos vividos. Tal vez por eso puedo ver otra vez los colores tan intensos y volver al frío que hacía, tanto, tanto, y aun así sentir la calidez tan profunda del arte ahora en todas sus formas.
LA CONTINUIDAD DE LOS SENTIDOS
¿Cuántas facetas de significados puede tener Ennui Head? ¿Cuántas capas? ¿Cuántas interpretaciones desde la experiencia personal?
Un niño pequeño que descubre la soledad a su alrededor, la distancia temporal, y también atemporal, con sus seres queridos; explorar la vida a pie, intuitivamente, con miedo y sin él, a través de los animales, de todo lo que siente y piensa, de las dudas, la naturaleza, los cuentos ilustrados, la música extranjera, la huella de la guerra, el monstruo nuclear, Vietnam, Hiroshima, Nagasaki, los colores tan nítidos, los sonidos de la radio, la nieve, la búsqueda de la paz, creer en la alegría, la fuerza que emana de dentro, él mismo.
Yoshitomo Nara, el artista japonés que no esconde lo que siente y que expresa el caos interno de un ser humano en sus pinturas y esculturas infantiles que, finalmente, son todas él, tú o yo; personajes con rostro de niños, aunque con las experiencias acumuladas de los adultos, con el paso y el peso de los años, y también con la liviandad en la certidumbre porque siempre se puede reiniciar aquel mismo tiempo, de una y mil maneras.
Personajes que viajan entre la rabia, la confusión, la tristeza y el dolor contenido; entre romper todas las reglas o el miedo dibujado en sus ojos más que en el cuchillo, el palo o el escudo defensor que los rodea y, aun así, seres que también van entre la ilusión momentánea de la posibilidad, preguntar con la mirada si lo bueno es verosímil, dudar nuevamente y, al mismo tiempo, creer y sonreír progresivamente incluso si no es evidente.
El artista que creció durante la guerra de Vietnam y una sociedad que todavía renacía entre la huella que dejó la Segunda Guerra Mundial, el rechazo total a las armas nucleares y sobre la necesidad y búsqueda permanente de libertad real.
El artista que fue descubriendo la vida a través de la música, y aunque no entendiera el lenguaje de las palabras entendía el lenguaje del sonido, de la imaginación y el lenguaje que su cuerpo, y su alma, emitía al escuchar a Neil Young, The Ramones, Bob Dylan, The Beatles, Donovan y así una lista que, aunque no lo es, parece interminable.
La música como eco de la libertad real; las portadas de los discos como razón tangible para amar un poco más, y mejor; la relación entre las voces del arte y querer silenciar la soledad o poder responder a las preguntas que no dejan de llegar.
El niño y su gato, la oveja del vecino, la naturaleza en Hirosaki, los adultos y sus miedos, los adultos y su ira, los adultos y su poca sabiduría a veces...tantas veces.
"Date prisa, baja a la orilla. Desliza tu cuerpo hacia la arena. Moja tus pies en el agua. Refréscate con mi amor." - recita el folk de Donovan.
Las cabezas sobredimensionadas, ese lugar donde también se hacen gigantes los pensamientos que terminan dirigiendo lo que hacemos, lo que somos y en lo que nos convertimos. Los ojos sobredimensionados, la mirada que es tal vez la principal arma para revelar lo que se siente, las pupilas tan nítidas y, un día, las mismas pupilas tan efímeras y perdidas en algún lugar lejano del mundo, como ocurrió en los personajes de Nara después del 11 de marzo de 2011, luego del Gran Terremoto y Tsunami de Japón Oriental y como consecuencia el desastre nuclear de Fukushima Daiichi.
¿Y entonces?
La lucha consigo mismo, ¿para qué pinto?, ¿para qué sirve lo que hago?,, ¿lo que he hecho hasta ahora?
Entonces volver a los orígenes, al niño que construía a través de la arcilla, que destruía lo construido con esa misma arcilla, retroceder, avanzar, perderse, encontrarse, la vida misma, siempre, y volver a intentar dejando las huellas en el camino andado...El pasado que nos trae hasta este presente que, a su vez, construye mañana, aunque mañana realmente no existe.
Las contradicciones y acuerdos que encontré en Ennui Head, tan similares a las de la vida cotidiana. La escultura que se construyó en bronce fundido, el material duro, denso, pesado y tan asociado a lo indestructible para luego revestirse de uretano blanco que era recubrir la obra de suavidad y delicadeza, imitar visualmente la apariencia de la arcilla original o incluso del mármol, elegir la sensación más amigable. La contradicción conceptual: suavidad visual y dureza material, las capas externas y lo que hay dentro, lo que mostramos y lo que no, la vida espectacularizada y la que no tiene filtros. La libertad real vs. la libertad condicionada.
O quizás todo lo contrario, haber endurecido tanto para, un día, permitir que en el perdón renazca una nueva epidermis.
¡HEY HO! ¡VAMOS!
Y en este viaje, también de vulnerabilidad, pienso en la sostenibilidad de la vida y en la arquitecta Lina Gothmeh y uno de los ejes de su trabajo alrededor de la memoria y la contemporaneidad, el mismo viaje que atravesé entre la historia al otro lado del mundo y aterrizar por unos instantes en Japón situada en Londres. Descubrir una obra de arte como reconciliación entre las capas acumuladas del tiempo y lo que el presente nos exige, y todos esos significados que le vamos atribuyendo a lo que vivimos y a los seres que cruzan ese camino. Al final, no se trata de empezar sobre la nada, sino de crear desde la identidad, el reconocimiento, el valor y la resignificación de las huellas que han formado nuestra historia.
"Vivimos en un tiempo cíclico, en lugar de lineal, donde el proceso no consiste en ir de un paso a otro, sino en volver siempre a los pasos y rebuscar en lo que ya había ocurrido. Es como un proceso de excavación donde miramos al pasado y observamos los hallazgos para revitalizar cosas olvidadas, darles una nueva forma y darles un nuevo recuerdo, un nuevo ser original... ver las cosas de una manera mucho más modesta, sin tener que reinventarlas constantemente, o digamos inventarlas desde cero" —señala Gothmeh.
Y entonces pienso en el eterno niño interior que mueve el mundo creativo de Yoshitomo Nara, volver a la arcilla, al gato amigo, a tu sociedad que sana poco a poco, a ti mismo entendiendo que tu rabia es también un modo de autodefensa, a reconocer los miedos, uno por uno y entrar totalmente en el presente que siempre retrata una nueva posibilidad.
Tal vez esta vez se trate de la arquitectura del tiempo a través de la música, la literatura, el cine y las pinturas y esculturas de un niño en el cuerpo de un adulto que ha vivido tanto a través de cada uno de sus sentidos... Percibir el mundo con atención profunda puede ser la montaña rusa más peligrosa de todas, aunque imagino que quedarse en las superficies podría ser un castigo mortal por elección propia.
Las cuatro de la tarde y la puesta de sol londinense, pronto oscurecerá. Voy lento, observo la naturaleza, sus colores y las luces, los pies sobre la tierra fértil y las hojas hacia fin de año. Una vez más, el cielo es tan azul, hoy es una máquina del tiempo y los segundos son extraordinarios.
LA COMPOSICIÓN DEL ALMA
Casi un año después me vuelvo a detener, sin ninguna prisa, frente a Ennui Head y el contraste con la alegría desmesurada de la naturaleza en el precioso parque inglés, la capital celebrando Frieze London en todos lados, entonces reaparece la mirada del artista, Yoshitomo Nara, y la conciencia compartida de introspección, de cuestionarte lo que ocurre dentro y fuera de ti, de repensar las realidades, de buscar a tu manera, bajo tus reglas, hasta encontrar el modo de comunicar la pena, el miedo, las dudas, la rabia, la frustración, la decepción y el hartazgo; también la alegría, los sueños, las búsquedas, los logros, la confianza, la eternidad y el camino tan variopinto que vamos trazando, solos o acompañados.
Esto es sobre los silencios más largos de lo esperado, como sinónimo de un nuevo comienzo o la transición a la posibilidad de algo distinto en medio de la creatividad como la base maciza para construir otra historia, acaso más grande, inolvidable y buena.
Y es que se trataba de las circunstancias antes desconocidas que ahora originan viajes inesperados, personas inesperadas, discursos inesperados, permanente diversidad y por eso, tal vez, mayor tolerancia a lo diferente, aquello que todavía se considera raro, ajeno, improbable.
Y así, la fascinante narrativa propia. Reencontrarte con tu niño interior parece ser una tarea muy difícil, a veces casi imposible, por olvido, falta de voluntad, miedo, la velocidad de la vida adulta, la responsabilidad de ser grandes, los recuerdos frágiles y volátiles, débiles y casi inaccesibles. Pero también amanece la compasión... Y eso significa tanto.
Para quienes lo logran hay dos caminos: que todo permanezca como la anécdota divertida o linda del día, o nunca más dejar ir a ese pequeño o pequeña y permitir que habite en ti en adelante... Cuando ya nada vuelve a ser igual.
La sabiduría de los niños, incluso desde su corta experiencia y los pocos años de percepción de la vida real.
La sabiduría que se origina en la fantasía y la imaginación, en el descubrimiento de lo bello, bueno y de la libertad; y también de lo horrible, la maldad y el encierro proveniente del apego a la tristeza y la corrupción humana.
La alegría por encima de todo, el abrazo del tiempo y reconciliarte con quien eres, con el amor en libertad y la gratitud del compromiso, con dejar ir y también con recuperar para crear múltiples nuevos comienzos.
"Cuando estás confundido, si vuelves a lo básico entonces empezarás a ver la respuesta otra vez." —Yoshitomo Nara.
Gracias por acompañarme en este viaje literario a través del arte y la cultura.
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