LA VOZ DE LOS ÁRBOLES
- LUCY QUINTANILLA
- 14 sept 2023
- 5 Min. de lectura
Bonita...Tan bonita

Escribe Lucy Quintanilla
Es invierno en este lado de América del Sur y todos nos vamos alistando para esa humedad que se desata de lo más disparatada, especialmente durante julio y que en agosto alcanza sus niveles épicos, sí, desastrosamente lunáticos, esos inviernos que por aquí también empiezan a castigar un día sí y al día siguiente que otra vez sí y sí, y más y más, y que te sigo pegando.
Sin embargo, qué extraño, es rarísimo esto, de pronto, 2023 llegó con un invierno soleado...SO-LEA-DO, ese que hacía a la gente andar con sandalias y camisetas a las cuatro de la tarde del 20 de julio... ¿Es en serio, aquí, de verdad?
Pues sí. Y un día le dices a alguien oye qué rico, qué maravilla, este es el clima perfecto, ni ese calor que ha sido atroz este verano ni esos inviernos que te sumergen en agua helada mientras caminas sin libertad. ¡Me encanta!, hay que almorzar en el jardín, hagamos un picnic, tengo ganas de ir a pie por todos lados, ya no necesito ponerme cincuenta cosas encima, qué linda la vida sin arcoíris, pero yo me lo invento y después te cuento.
Entonces, llegó setiembre y así la promesa de la primavera, los pajaritos, las mariposas y las flores que se abren divinas, llenando todo de color, pura fantasía y sueños rotos. Primavera que ¡en nada nos coge felices por el clima cálido, bueno, pacífico y bonito! Este invierno más bien veraniego o primaveral que ya se va y da ganas de besarlo y decirle que vuelva cada año. Que no cambie por favor. Que ha sido un placer recibirlo en casa ahora que decidió hacerse una cirugía plástica tan mona.
Nadie sospechó nada. Nadie intuyó que a una semana de que oficialmente comience la primavera llegaría el frío con látigo en mano, una capa negra muy larga, unos colmillos que dicen ¡te muerdo hasta que te deje hecho pedazos! Y ese viento gélido que sopla como huracán y que de maravilloso tiene poco, ése al que le gusta golpear cada zona corporal que hayas dejado destapada y ponerte la nariz congelada.
El color, la luz, el espacio natural ¿tienen un precio?
La tierra que se destruye, la catástrofe climática, los golpes en unas y otras ciudades, los desastres naturales, los incendios forestales y seguimos sin entender. Los inviernos calientes, los veranos que incendian la vida hasta la muerte, las primaveras heladas, los árboles que florecen bajo cero... LA TIERRA QUE SE DESTRUYE. O, mejor dicho, la tierra que destruimos, los árboles que talamos, los animales que desaparecemos, para siempre, porque somos más fuertes que ellos, somos mejores, más poderosos, más inteligentes, las aguas que preferimos negras, sucias, putrefactas, la tierra agotada hasta el llanto de dolor, sin descanso, sin poder dormir ni un segundo, trabajando sin parar, el aire embrutecido, irrespirable... ¿La vida?
Viajo hacia el Centro Histórico de Lima que sigue detenido en el tiempo, tan lindo y horrible a la vez, con tantas narrativas visuales que, por un lado, son una delicia para el que presta atención y, por el otro, un atentado para el que es muy sensible. Un punto imperdible de la ciudad cuando de buscar arte se trata. Hoy ha inaugurado una muestra en el Centro Cultural Inca Garcilaso, una visita fija en cualquier bucket list del viajero que, aunque esté de paso, ama la vida y por eso busca más que un viaje instagrameable, más bien algo inolvidable que se quede tatuado en el alma, en el corazón y en la mente, en el cuerpo, en las manos y en los pies. Se ha estrenado, cual película buenísima, “Caminos” por los 105 años de la Escuela de Bellas Artes y he decidido ir y descubrir con tiempo y paciencia algo nuevo, distinto, especial.
Pero es imposible que la experiencia comience recién en la galería, porque el espectáculo de la vida vibra allá, afuera. Un cantante de rock, ambulante, que es dueño de la cuadra entera, las monedas que caen porque es talentoso, las campanas de la iglesia de San Pedro que retumban de Norte a Sur y de Este a Oeste, más museos, más casonas antiguas, los balcones clásicos desde el Virreinato, los artistas de la calle, estatuas vivientes, los ambulantes que se inventan la luna y la ponen a tus pies, los postres con nombres raros y más iglesias monumentales por aquí y por allá.
Voy fotografiando la vida, esa vida, con los ojos y también con el teléfono. Se trata de una escenografía natural que entre todos hemos creado, allí están las raíces de esta ciudad tan loca, loca, loca.
Llego al centro cultural y me equivoco de sala. De pronto, me encuentro con el “Árbol de la fiebre”, de la artista Malú Cabellos:
“...la naturaleza, la preservación de los ecosistemas, el cambio climático, la defensa de la dignidad de las comunidades originarias, los saberes ancestrales, la relectura de la historia o la identidad nacional...”, dicta el texto curatorial que está allí, a la entrada de la habitación totalmente blanca, con una ventana por la que se filtra toda la luz del exterior, ese que es tan parecido y tan opuesto a lo que ahora vemos todos.
No tengo idea, todavía, de que ha empezado un viaje por la vida de las hojas, de los tallos, de las venas y la clorofila, de la existencia y lo que significa estar aquí, ahora, a través de las plantas, de un árbol con nombre propio, el Árbol de la Quina, pero que hoy habla por todos los que tienen un apellido distinto al suyo y que viven a lo largo y ancho de este mundo a veces tan ajeno. Ha empezado un viaje por todo el tiempo que decida permanecer en este piso, en estas salas, en este recorrido de la vida a través del arte. Aunque sé que tanto de este viaje se quedará conmigo cuando me vaya de aquí.
La voz de la artista que nos propone una visión íntima con ecos sociales, unos que son históricos y que vuelven constantemente del pasado hacia el presente, repitiendo los mismos hechos, los buenos y los malos y proyectando el futuro igual o peor, si no hacemos algo distinto. Explotación de la tierra, apropiación de los frutos, comunidades vulneradas, destrucción climática. Explotación de la tierra, apropiación de los frutos, comunidades vulneradas, destrucción climática. Explotación de la tierra...
Pero a nadie le gusta ver o escuchar cosas tristes. Pero esto no es triste, al contrario, es una nueva oportunidad para entender por qué amar la vida natural, por qué protegerla y por qué vale la pena pensar en eso.
De algún modo todos somos árboles, damos vida y recibimos vida de otros, necesitamos la luz, el agua, la tierra y el aire para vivir, y podemos cobijar tanto bajo nuestras ramas cuando queremos.
Una vez más, me quedo maravillada con cómo el arte puede hablarte de la realidad, de lo que urge, pero con tanta bondad y belleza. Las fotografías, los procesos técnicos que Malú ha utilizado, los colores naturales, la narrativa entre los cuadros, la puesta en videos y los árboles que aparecen y desaparecen, que se quedan, que no se van jamás.
¡Y que no se vayan, nunca más!
Todo inicia con unas preciosas hojas muy verdes y unas pequeñas flores rosa, la entrada a un universo de texturas que te habla con sutileza de renovar la vida, de robustecerla en lugar de priorizar el consumo rápido, el fast fashion, el usar y tirar, el plástico como un rey muy cruel. Días en que la evolución parece haberse detenido, aunque jamás lo haga realmente y de ir en picada al vacío si no cambiamos nada.
Árboles tan complejos y tan simples al mismo tiempo, esos seres poderosos que son dueños de la fórmula ganadora para quien se lo permita. Esos seres esculturales que tienden al romanticismo, a la intimidad y al equilibrio.
Árboles...
Mientras sean libres, todo es posible.
Mientras sean libres, nosotros también lo seremos.
Mientras sean libres, la vida volverá a ser vida.
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