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¿La fórmula mágica para escribir BIEN?

Foto del escritor: LUCY QUINTANILLALUCY QUINTANILLA



Escribir es un ejercicio constante que parte de la creatividad.


No hay recetas instantáneas ni fórmulas mágicas para aprender a escribir y menos para aprender a escribir bien.


Lo que sí hay es una base sólida de redacción construida en base a la lectura frecuente de contenidos de calidad y al consumo de diversos géneros artísticos como estímulos fundamentales para nuestro proceso creativo, que es el punto de partida de cualquier idea e hilo conductor.

Para escribir bien, primero hay que leer bien. Y para ello, los libros se convierten en los primeros protagonistas de nuestro éxito. Leer Literatura (y lo coloco en mayúsculas) es una de las mejores alternativas para empezar a descubrir otros mundos, otros puntos de vista, otras voces y realidades que pueden ser las nuestras, o no. La literatura nos enseña a escuchar al otro pues, aunque no oigamos su voz, sabemos que nos está hablando a través de la historia creada y en medio de ese intercambio nuestro propio silencio nos permite entender lo que un desconocido, o desconocida, nos está contando, lo que siente, lo que quiere, lo que necesita, lo que lo afecta, lo que le da vida. Y, nuevamente, es mediante ese silencio que nos otorga el lugar de lectores que aprendemos a criticar, a opinar, a generar análisis, a cuestionar, a responder, a unir puntos y a crear nuestra propia historia a partir de lo que acabamos de vivir.


Leer bien no solo es conocer las palabras que encontramos y pronunciarlas correctamente. Por el contrario, es entender lo que nos están diciendo, es comprender el contexto y ubicarnos en el tiempo y en el espacio, es aprender a jugar con la rueda de personajes, lugares y momentos que se nos presentan y es analizar de forma natural e instantánea lo que ocurre en el papel en contraste con lo que ocurre en nuestro contexto inmediato.


Para redactar correctamente hace falta la experiencia de leer correctamente. Porque cuando escribes, ya sea que pertenezcas al rubro cultural o artístico, o que tu campo sea la Economía, Ingeniería, Medicina y Ciencia, Deporte, entre otros, escribir es comunicar y para ello necesitamos entender quién es el otro, aquel al que nos dirigimos, qué quiere, qué necesita, qué le hace falta, para qué le escribo, qué busco, que espera, qué espero.


Escuchaba hace poco a un especialista hablar de la importancia de no ser redundante al momento de escribir, de la inutilidad del uso de los conectores lógicos, de dejar para el final la gramática y la ortografía, de no tomar su proceso desde la redacción creativa. Más bien, resaltaba ampliamente la importancia de la sencillez, la claridad, la originalidad y la precisión como pilares de su metodología de enseñanza.


Pero, ¿Cómo lograr la sencillez, claridad, originalidad y precisión en un texto si no se sabe leer bien? Si no se sabe utilizar a favor de las ideas propias todas aquellas experiencias vividas desde nuestros consumos culturales, llámese libros, películas, recorridos por la ciudad absorbiendo la arquitectura, música, baile y más arte salpicando nuestras vidas constantemente.

Si primero se aprende a entender lo que se lee y lo que se tiene para poder crear, innovar y reinventar, no será necesario esperar hasta el final para revisar la ortografía, ni nos olvidaremos que los conectores lógicos son algunos de los mejores amigos con los que contamos al momento de escribir porque existen para unir unas ideas con otras y darles coherencia, fuerza e intensidad, así como originalidad, precisión y foco.


No es que un día llegas y en un taller de algunas semanas estás listo para escribir con claridad lo que necesitas expresar. Con ello, quizás logres mecánicamente redactar sin equivocaciones físicas, sin redundancias o sin copiar al otro. Pero, hoy más que nunca, nadie quiere máquinas siguiendo fórmulas que tal vez digan de forma concisa lo urgente y necesario dejando de lado la empatía, la sensibilidad y el reconocimiento del otro, y desde el otro, como factores esenciales que todos necesitamos para comunicarnos con el mundo. Ya sea que ese mundo esté definido por tus lectores, por los espectadores de tu obra, por tus clientes, por los miembros de tu equipo de trabajo o por alguien a quien amas.


Escribir, en primer y en último lugar, es crear.

Y, como bien dice el genio, “nadie puede enseñar a otro a crear...”. Eso lo aprende cada uno desde la vida diaria, enriqueciéndola con la lectura y con los múltiples géneros artísticos a nuestro alrededor.


Leer literatura, leer artículos directamente relacionados sobre tu campo de trabajo, leer contenidos que no tengan absolutamente nada que ver con tu profesión y que te permitan ampliar tus perspectivas, solo porque saliste de la caja. Ir a una galería de arte, a un museo, vincularte con la música, dejar que tu cuerpo baile, dibujar, cantar, ver una película, un musical, una obra de teatro...



Eso también significa aprender a elegir, a diferenciar de forma positiva y a enriquecer nuestro proceso creativo para poder innovar sin necesidad de seguir, como robots, un paso a paso mecánico. Por el contrario, se trata de expresar con total naturalidad lo que se necesita, se piensa y se espera, siendo capaces de ponernos, siempre, en el lugar del destinatario.



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