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EN MODO GOLIAT

Foto del escritor: LUCY QUINTANILLALUCY QUINTANILLA

Actualizado: 17 feb 2022

Un museo latino buscando movimiento




Era demasiado pequeña para ser consciente del lugar que visitaba, junto a mi madre que entonces era la más interesada en mostrarme algo distinto. Y, mis dimensiones físicas eran demasiado breves para no sentir que me perdía dentro de la inmensidad de sus paredes blancas, sus techos de cristal y su eterno piso de ajedrez, similar al de casa, pero en una interpretación hecha para Hércules y Sansón. Se trataba de un espacio llamado “Museo de Arte de Lima”, que te invitaba, ya desde la niñez, a mirar hacia arriba y entender una versión distinta del cielo, a tocar con los ojos la arquitectura de las ventanas y puertas de arco, de las escaleras que entonces resultaban larguísimas y que me gritaban que se podía jugar con total libertad, que podía girar sin parar, como la chiquita que era, con los brazos abiertos y las carcajadas que se pierden con el eco hasta que llega un adulto que te despierta del sueño, te detiene y te indica que hay que hacer silencio, que hay que ir en orden, que le des la mano porque te puedes perder.


Pero yo seguía hipnotizada por el edificio blanco que habitaba la vida en “modo Goliat”, en medio de una ciudad que atravesaba la locura social de los años 80s, tiempos en que visitar un lugar como este era subir a un auténtico rayo de luz, uno que de repente se multiplicaba por miles de millones. Entonces, escuchar los instrumentos de los estudiantes de música era parte de la magia, conocer a los que querían ser actores o ver los dibujos y pinturas de otros que seguían su instinto aún sin ser expertos, y entre los que seguro también había alguno que, como yo, abría los ojos al mundo a través del arte. Y claro, perderse recorriendo los dos pisos de un edificio que, con el paso de los años, se ha convertido en uno de los clásicos por excelencia de la capital peruana y de la bella Latinoamérica, una capital, o varias capitales que, aún con sus inacabables conflictos sociales, su desorden y egoísmo penetrante y sus múltiples e incansables cantares que devienen de la corrupción sigue estando viva y quiere brillar.


Hasta hoy, en medio del barullo y el cielo gris, brilla una preciosa casa de las artes que, aunque tal vez esté agotada de todo lo que ve en sus exteriores, persiste en creer que vale la pena seguir en movimiento.


Hace poco visité el MALI y quedé sorprendida con el contenido de las exposiciones temporales, en medio de una pandemia que en Lima sigue viva, coleando, meneando y celebrando; una sucesión de artes visuales que son el sinónimo de una denuncia tras otra a una realidad cíclica desde hace tanto, pinturas que arrojan al aire mil cuestionamientos, instalaciones que emiten sonidos de auxilio y escenas tan desgarradoras como sentenciadoras.


Después de todo estos días, todavía siento el eco de esa pregunta tan tonta o ¿tan sabia? extraída de un cuadro aterrador, o quizás muy bello; finito o quién sabe, para nuestro pesar y el aplauso de todos los males, infinito:


“Perú, país del mañana”

¿MAÑANA, CUÁNDO?



Hace tanto que viene siendo “mañana”. Y mañana es igual que hoy, que ayer y que antes de ayer...Eso sí, desde hace siglos.


Todavía recuerdo la habilidad para perderme entre sus muros, para sentir que corría una maratón aunque solo hubiese dado diez pasos, y es que para mis pies entonces en miniatura, allí, todo era abundante, hermoso, resplandeciente e ilimitado. Quizás todo ocurrió así porque yo, a mis cuatro años, también logré sentirme en modo Goliat, una pequeña gigante que se sentía en casa, a la que todo le parecía bello y felizmente interminable, que buscaba seguir descubriendo más y más y allí...Allí ser una gigante de verdad fue posible...


Al menos por un instante.




Gracias por acompañarme en este viaje literario a través del arte y la cultura.

AQUÍ encontrarás más noticias sobre uno y mil temas totalmente artsy que espero te motiven a seguir buscando más y más.

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