Tal vez. Sí. Quizás miles de reseñas se hayan escrito sobre la obra maestra de Mario Puzo, El Padrino, desde que se lanzara en su primera edición hace más de cinco décadas, allá en 1969, cuando varios de nosotros ni siquiera estábamos en planes de llegar al mundo y nuestros padres eran tan solo unos adolescentes con mil preguntas en mente y un mundo entero por descubrir. Y, de pronto, para mí, ahora, en el 2020, este sería mi primer encuentro con el gran libro y la reiteración ante lo genial de algunas nuevas oportunidades y ante cómo, si ese algo es increíble, conforme va corriendo el tiempo te vas envolviendo en su universo más y más, te sumerges, lo descubres poco a poco, lentamente, con curiosidad y ganas de más, y te dejas llevar hasta que finalmente no pones ninguna resistencia adicional, ya no hay dudas, eliges lo que tienes entre manos y simplemente te dejas ir, perdiéndote con todo lo que venga en el camino de la gran historia, como ocurre con todas las primeras grandes veces.
Pero esta vez, además, abracé el libro pasmada, boquiabierta y hasta alucinada con el personaje de Vito Corleone y cómo, por encima de mafias, delincuentes, corrupción y putrefacción social, quedas impresionado con gente que tiene algunas cosas tan claras, como en su caso, el arte de hacer negocios y de crecer aún en medio de los desastres. Y, en ese sentido, el hombre tenía un don innato para sobresalir y resolver los problemas, con tolerancia, dominio absoluto de sí mismo, tomando pausas, aumentando la velocidad poco a poco, teniendo la visión panorámica y, con igual nivel de prioridad, poniendo atención a los detalles, conociendo muy bien lo que ocurre a su alrededor, lo mismo que en cada rincón de su propio núcleo, sin perder de vista jamás el Norte, el Sur, el Este y el Oeste.
Se trata de una historia de guerras, sí, de sociedades con cánones establecidos a la luz de la oscuridad, sí, de subculturas que superan a una cultura mayor aparentemente mil veces más amplia y poderosa, sí, y de poderes centralizados y negocios turbios capaces de ensuciar y salpicar de inmundicia por todos lados, hasta en los lugares menos pensados. Sí, sí y sí. Pero la narración, una y otra vez vuelve a un rostro distinto al que siempre se menciona en la mayoría de comentarios hechos sobre esta obra. La historia retorna siempre al liderazgo del protagonista, el Don, el Padrino, el Gran Corleone, el jefe máximo de la mafia italiana establecida en Estados Unidos, allá, durante las primeras décadas del siglo 20, a sus escandalosos niveles de estratega y a su capacidad de logro basado en más de una ventaja como negociador.
La vida que gira y recorre el mundo entero y todos los siglos, tan solo para volver siempre al punto original de partida. Han pasado más de cincuenta años y términos como "liderazgo","resolución de problemas", "audiencias", "planeamiento", "ejecución", "pensamiento estratégico", "modelo de negocios" y más son explícitos o explícitamente encubiertos, y tambíen abiertamente detallados durante toda la obra. Simplemente es como leer un manual de estrategia empresarial en forma de novela, de suspenso, de romance, de terror, de acción y también de mucho drama
Así, si de lecciones de emprendedores y búsqueda del tesoro se trata, el libro es, por momentos, un paso a paso de la estructura mental y emocional de aquellos que se lanzan a la gran piscina de los negocios para atreverse a correr el riesgo, dar el gran paso cuando y únicamente cuando es necesario, otorgándole el valor que merece la red de contactos, enfocados al máximo, siendo completamente analíticos, críticos, anticipándose a las posibilidades venideras como un visionario, dominando el presente sin perder de vista el futuro, además de ser un estratega absoluto, un ejecutor y descubridor de tendencias digno de una clase de maestría en una de las mejores universidades del mundo.
“Siguió prosperando, y, lo que era más importante aún, adquirió sabiduría, relaciones, experiencia y muchas amistades. Posteriormente se demostró que Vito Corleone no era solo un hombre de talento, sino que, a su modo, era también un genio...Era un hombre con amplitud de miras,. Don Corleone nunca perdía de vista el mundo que rodeaba al suyo propio...Aparte que, se le presentaba la ocasión de convertir en realidad eso de que cualquier hombre avispado puede, en tiempo de guerra, hacerse rico rápidamente...Para ello, sin embargo, era necesario que en su mundo particular reinara la paz.”
Es la ironía que un genial Puzo inserta, sutilmente, ante la descomposición y el olvido de los valores sociales establecidos por una sociedad global y una realidad brutalmente cruda, que en el día a día demuestra todo lo contrario. Un Don. Un genio para lo oculto. Un genio para lo evidente. Un genio para lo nauseabundo. Un genio para lo bueno, si así se hubiese querido, si así se quisiera ahora.
He crecido en una sociedad muy violenta y aún hoy, por este lado del planeta, los medios de comunicación nos regalan a diario la normalización del sufrimiento ajeno, y a veces del propio. Y, sin embargo, a pesar de convivir con todo este equipaje cultural, me quedé sorprendida, llena de curiosidad y pegada ante un recuento construido hace tantas décadas por alguien que abrió un nuevo carril en esta pista en la que tantos escritores, consagrados y emergentes, transitan: el género de la mafia.
Sí, me quedé atada, por voluntad propia, a las memorias de una comunidad que existió a la luz de la oscuridad, conviviendo con la miseria humana y con los lazos familiares más primitivos que podamos imaginar; con la traición y el significado más puro de la palabra lealtad; con el amor heroico teñido de sangre ajena para alcanzar tales niveles de valentía; con la libertad entre rejas a veces tácitas y también con el ser todos testigos de una realidad putrefacta convertida en cotidianeidad invisible.
Un relato que le da vida a las palabras desde lo más profundo de sus almas, en donde un “te amo” es TE AMO en mayúsculas y es te amo con la locura de los amantes obsesivos, radicales, sensiblemente insensibles; y, del mismo modo, “te odio” es TE ODIO con mayúsculas y ahora lo hago con el desgarro furioso que los sentimientos más despreciables producen. El Padrino, es un libro que se lee con todos los sentidos hasta que terminas, sintiendo el olor del amor, de la nueva vida, de las nuevas ilusiones, de la pasión y también el olor de la muerte, del miedo, de la crueldad y el olvido.
Y leí El Padrino en medio de una pandemia que, por este lado del planeta todavía nos tiene secuestrados y con toda la libertad que nos permite el continuar completamente encerrados en casa, y encerrados también en la calle, con una Lima que redobla los tambores de inseguridad ciudadana, la normalización y la cotidianeidad de todo aquello en medio del ser insensibles muy insensibles, egoístas muy egoístas, y desobedientes muy desobedientes.
Y leí el Padrino un domingo de agosto, mientras la vida sigue vibrando en otras partes del planeta. Acá también la vida vive, pero de modo distinto, acá la vida se permite ser más inconsciente y evitar ver la realidad, más desordenada, indisciplinada y desorganizada, sin horarios, sin principios ni finales claros, sin mucha comida ni agua, tan solo despertando porque no ha muerto. Tal vez no vive, tan solo es una vida que sobrevive.
Acá, la vida se ha olvidado, por un momento, un ratito nada más, esperemos, de la cultura increíble que poseemos y ha guardado en un cajón todas sus fortalezas humanistas.
¿Y entonces?
Entonces, no todos podemos darnos el lujo de frenar en seco y dejar que el tiempo pase porque sí, atrapados en la gran nada.
¿Y entonces?
Entonces, la vieja costumbre de leer solo por placer se ha transformado en la necesidad de leer para ser un poco más libre cada día, para recibir una dosis de dopamina, de energía y alegría pura en medio de las fronteras cerradas, el enojo, a veces la frustración y la rabia por sentir que vivimos en la versión peruana de The Truman Show. Leer porque te convences de que el mundo es más grande, sabes que es así y que la temporalidad es eso...algo pasajero. Una terapia. Un sentido a la actualidad. El momento perfecto para la desconexión de la realidad enferma tan lejana a la realidad cuerda. Leer para recordar. Leer para olvidar. Leer para aprender. Leer para comprender. Leer para avanzar. Leer para poder vivir...de verdad.
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