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EL CAMINO A SAN FRANCISCO

Foto del escritor: LUCY QUINTANILLALUCY QUINTANILLA

Y la historia entre los dedos



Me quedo de pie, un rato largo, observándolo, con la cabeza hacia arriba y la mirada en un punto fijo.


Es bonito, pienso. Sí, es realmente lindo y aún así hay un gran eco a nuevo por la reconstrucción recién terminada, la pintura recién aplicada y por eso la pérdida momentánea de ese halo mágico y único que tienen los edificios históricos, ancianos y bellamente desfigurados por el tiempo, como en Lima quizás sería el Teatro Municipal, la Casa de la Literatura o la bien cuidada Biblioteca Municipal, los bares de los hoteles que hace tanto dejaron de ser cinco estrellas y las cafeterías que aún guardan los muebles tapizados, las mesas de vidrio o las estanterías y vitrinas cristalinas con luces amarillas que, a estas alturas, serían como una puerta oculta a otro mundo...a uno de Alicia hace muchos años ya.



Hoy ha salido el sol y el cielo luce celeste, algo poco común, más bien raro en Lima, pero ya es primavera. Bueno, digamos que una primavera en chalina, porque todavía hace frío. ¿No me crees? Date una vuelta por la ciudad, por los distritos frente al mar de preferencia, durante la madrugada, las primeras horas de la mañana y por la noche. Y, como la primavera, llévate una chalina también porque... ¡Hace frío!


Saco unos chocolates de la cartera, esto ya parece una película en cámara lenta y se me antoja algo dulce mientras sigo conociendo mi propia ciudad. Hoy, me espera un camino largo hasta llegar a San Francisco y la exposición de arte que quiero ver antes del cierre, especialmente si voy deteniéndome cuadra tras cuadra para observar de cerca la arquitectura de las múltiples construcciones preciosas que hay en el Centro Histórico de Lima, un perímetro que puede ser milimétrico para lo gigante que resulta la ciudad entera y que, sin embargo, es inmenso si lo que buscas es descubrir uno de los lugares más bellos de la capital peruana, así, con pausa, con paciencia y con los ojos llenos de vida.


Sigo aquí, en este que he tomado como mi punto de partida y entonces comienzo a fotografiar la fachada del Teatro Segura y vale la pena preguntarse si algunos edificios, supuestamente inertes, no se parecerán tanto a los seres humanos. Un espacio que ha sufrido los golpes corporales y destructivos de un terremoto, la amenaza cumplida de una guerra internacional, un incendio que te quita todo y te llena de llagas hasta que finalmente llega el tratamiento médico necesario para lograr la primera reconstrucción únicamente para que, mucho tiempo después, te apaguen todas las luces y cierren todas tus puertas y ventanas para ver si algún día te vuelven a dar vida, una que finalmente llegó hace muy poco para uno de los teatros más antiguos de América del Sur, uno que pronto cumplirá más de cuatrocientos años de vida. ¡Claro que es viejo!, divinamente viejo, seguro que sí. Es solo que hoy lo han maquillado como nuevo y es esa sensación la que te deja.


No es sencillo llegar a esta parte de la capital, todo lo contrario, el tráfico es como un jeroglífico en el que tu misión es descifrar por dónde ir, por dónde no y cómo hacer para llenarte de dosis infinitas de tolerancia ante el tiempo que pasa y repasa frente a tus ojos, estacionado como tú y tu vehículo...Más chocolates, piensas, eso siempre ayuda.

Y, una vez aquí, sin embargo, si tienes claro que has venido a enfocarte exclusivamente en Lima Bonita, entonces sientes que toda espera ha valido la pena.



¿Por qué no vine antes? ¿Por qué no más seguido?



Descubrí este lugar cuando era una niña muy pequeña, papá tenía una de sus oficinas limeñas en el corazón del Centro Histórico y cada vez que iba a visitarlo, mientras lo acompañaba a algún lugar cercano me impresionaban esos monumentos arquitectónicos que resultaban infinitos, altísimos para una niñita que no llegaría al medio metro de estatura, las columnas tan anchas, la piedra de sus fachadas, los campanarios de sus iglesias eternamente preciosas, las cúpulas, los adornos labrados en sus paredes, las escaleras de mármol, las puertas esculpidas, las piletas y esculturas, los faroles y las luces doradas y así...un espacio que lucía tan distinto al resto de la ciudad.


Me hubiese gustado que papá hiciese este nuevo camino conmigo y ahora ser yo la guía. Papá tendría ochenta años, seguro caminaría lento y yo le mostraría tan feliz la Lima que voy descubriendo y que he aprendido a amar porque ahora la observo con paciencia, dándole la oportunidad de mostrarme todas las cosas que puedo explorar y aprender. Y quizás sonreiría, tratando de complacerme en mi posición de sabiduría, esperaría y luego me daría la mejor lección histórica de todas sobre la ciudad que él tanto amaba.

Esta es Lima bonita, al menos este rostro de Lima que quiero ver y compartir.
Mi Lima. Su Lima. Tu Lima.

UN DÍA A LA VEZ


Nací y crecí en la capital peruana y, aun así, no conozco todos los nombres de las calles que rodean los emblemáticos edificios de esa bonita postal llamada Centro Histórico de Lima, esos que han visto tantas escenas humanas narradas frente a sus muros, generación tras generación y que seguro también han escuchado infinitas frases de amor, de odio, de paz, de luz, de oscuridad...La ciudad y la furia.


Voy camino a una exhibición de arte en uno de los lugares más bellos y remotos de la ciudad, una iglesia, el convento de una iglesia, el museo del convento de una iglesia. San Francisco, se llama, la casa a donde las palomas, los religiosos, los fieles y también los infieles, los niños, los ancianos, los vendedores de maíz, los padres, las madres, los abuelos y todo aquel que busque un rinconcito de cielo, o algo parecido en la tierra, asisten y donde permanecen hasta sentirse en paz.


Hoy, voy a ver las pinturas de un artista que finaliza su muestra en el histórico Museo Convento San Francisco y Catacumbas, un sitio que me genera sensación de misterio, emoción y delicia absoluta para los ojos. La última vez que visité el monasterio fue para la interpretación teatral de Romeo y Julieta de Shakespeare, en el patio de una abadía que te transportaba a través del tiempo y la historia hasta ingresar y ser parte del amor en el gran mito literario, entre la puesta del sol, los arcos, las columnas, los portones, la pileta central, los pasillos y la arquitectura de un jardín que alcanza casi cinco siglos de vida. Aquella tarde todas queríamos ser Julieta y todos querían ser Romeo...Sin la muerte, eso sí.

A las 2.30 de la tarde el movimiento de la locura citadina todavía no ha retomado sus funciones, falta un buen rato para que la hora punta pico empiece otra vez, así es que en estos instantes los transeúntes todavía van con algo de calma, los autos avanzan a ritmo normal y aún no se han abarrotado uno detrás del otro, de modo que caminar, cruzar y detenerse a fotografiar o filmar alguna imagen es perfectamente posible. Más tarde también lo será, pero podrás hacerlo en medio del frenesí y de los riesgos que eso implica.


A este paso llegaré en meda hora o más, pero la espera vale pena. Hace un momento dejé atrás el Segura y ahora avanzo por el Jirón Huancavelica hasta llegar a la cuadra donde comparten espacio la iglesia La Merced y el antiguo edificio del Banco Internacional del Perú. Otra pausa impostergable, no sabes por cuál empezar, el divino recinto religioso, seas creyente o no, o el hasta hoy imponente exterior de lo que algún día fue un banco central de la ciudad, ese con los vitrales maravillosos, el mármol por aquí y por allá, los techos altísimos y tanta luz por doquier, ese al que un día el Instituto Nacional de Cultura consideró monumento histórico y otro día, fue vendido a una tienda de jeans, zapatillas, bikinis y lápiz labial.



Tengo tiempo, pero a la velocidad que llevo me empieza a preocupar que llegue cuando todo esté cerrado. Hay algo que hipnotiza en medio de esta arquitectura antigua, no sé si es porque se va perdiendo poco a poco entre tantas casones y edificios de la mitología virreinal que ahora pasan a ser restaurantes, mercados o tiendas de celulares y ropa interior. O es que estos espacios siempre me recuerdan el efecto impresionante que tienen las artes clásicas sobre los seres humanos, su ritmo delicado y ondulante como el sonido del mar que te va llevando con calma por donde quiere.




Entonces, hay que elegir si seguir por el Jirón Huancavelica y pasar por la Bolsa de Valores de Lima o girar hacia el Jirón de la Unión...Vamos por este último que siempre es tan colorido y que crea su propia cultura, cuadra tras cuadra.


AQUÍ Y NADA MÁS QUE AQUÍ


Me zambullo en el famoso jirón y ahí están los músicos que cada tarde lo llenan todo de Ricardo Montaner, Luis Miguel, Rocío Durcal o Juan Gabriel, es un poco complicado escuchar el furor romántico con el que entonan cada letra, desgarrándose en los altos y pereciendo el dolor de los tonos más bajos, es difícil porque casi al lado un solo cantante, a todo pulmón, repite el coro salsero de El Gran Combo de Puerto Rico: “que que, que que, que fue, que fue. Azuquita pal café...”. A unos cuantos pasos los jaladores ofreciendo tatuajes, ¡tatuajes!, a diestra y siniestra; el olor a pizza inundando la derecha, a Pollo a la Brasa por el lado izquierdo, a helado de chocolate y a Turrón de Doña Pepa y entonces aparecen las estatuas humanas cubiertas y recubiertas de una tóxica pintura plateada o dorada, ahí, moviéndose robóticamente o bailando como Terminator, esperando el tintineo de las monedas que van cayendo en las vasijas a sus pies, no importa si el frío invernal es mortal o si el calor brutal veraniego los derrite poco a poco, ellos siempre están allí, erguidos, ganándose la vida así, buscando el pan, día tras día...Quizás la realidad actual de la sociedad citadina vaya en perfecta armonía con aquello en que se han ido convirtiendo estos edificios cargados de olvido, transformados en meros espacios utilitarios para la compra y venta de lo que sea.



Se asoma el Jirón Ica y sobre una de sus esquinas aparece la Casa Welsch, aquella joyería famosísima ya desaparecida y donde hoy habita un Starbucks y, de pronto, por un momento, pequeñísimo o largo ya no lo sé, te imaginas aquel lugar que existió cuando tú ni siquiera estabas en los planes paternos y que fue el espacio añorado para un grupo entero, donde tantas y tantos suspiraban observando sus vitrinas y la exuberancia y el lujo de alfarero que se imponía en cada centímetro a lo largo de sus cuatro pisos, de su centro, su norte y sur, su entrar y salir, donde el tiempo lo anunciaba el tic tac de un gran reloj en plena calle, donde seguramente alguna vez habitó el lugar más instagrameable de todos, quién sabe y los Tik Tokers de la época pujaban en esta esquina por la necesidad de protagonismo y por hacer virales sus historias en oro y plata.


LA CALLE DEL GRAN HÉROE, UNA CATEDRAL

Y CHURROS CON MANJAR BLANCO




No seguiré más por el Jirón de la Unión, así es que giro a la derecha por el Jirón Ucayali, ahora entiendo por qué existe el término “ir a jironear”, y entre una tienda que ofrece “helado frito”, una panadería de tiempos de antaño con empanadas, piononos y café artesanal, un puesto ambulante de clásico color verde a las puertas de un centro comercial y, de pronto, una familia completa posando ante el lienzo de un caricaturista ambulante, el artista completamente concentrados en su obra, rodeado de un inmenso maletín, lápices y algunas pinturas, un tacho de basura y una mesa escritorio; la madre bastante seria, los niños pequeños inquietos, preguntando a cada instante si pueden mirar y los hijos adolescentes con aspecto de estar obligados a sentarse ahí, en medio de un mar de desconocidos que pasa y repasa observándolos a cada segundo; el padre es el único sonriente, orgulloso de ser un modelo, sí, hoy él es el protagonista de una nueva creación en este mundo.


Cruzo y avanzo por la ruta de unas palomas que me llevan por el Pasaje José Olaya, olvidadísimo por casi todos, pero ahí está, levantando la mano y diciendo “Yo, yo”, a diario. Una vez leí que durante el virreinato también lo llamaron Callejón de Petateros o Sombrereros porque en toda la cuadra se vendían, valga la redundancia, petates y sombreros. ¿Cómo lo llamarían hoy? Hay un despliegue de restaurantes y pizarras negras con el menú del día y los precios anotados con tizas de colores distintos, chicos llamando a la gente para que ingresen a comer y televisores gigantes transmitiendo partidos de fútbol.



Es sorprendente como se han mantenido algunos de sus balcones y ventanas talladas, el color blanco de los altos que son lo más cuidado de este lugar y para no perderse ahí están algunas puertas que es completamente necesario fotografiar, cual reliquias hacen acto de presencia y te recuerdan que aquel recorrido merece tu atención. El héroe, José Olaya, fue fusilado en este lugar, por eso el nombre actual del pasaje y, sin embargo, hoy permanece triunfante ante el mundo, orgulloso y escuchándolo todo, convertido en estatua, conviviendo con las señoras y los niños que se sientan en las escaleras de los edificios para darle de comer a las aves, con los cordeles de ropa recién lavada en algunos balcones, con la gente apurada que solo desvía por ahí para no tropezar con el mar de personas que cruza todas las demás calles y con algunos turistas, peruanos y extranjeros, que intentan observar los detalles de esta parte del viaje entre faroles y cadenetas de pequeños focos todavía apagados.



Llego al Jirón Huallaga y ahí se erige para todos el centro del Centro, el ombligo de todo el espacio histórico de la capital, La Plaza Mayor con la Catedral de Lima a un lado, los palacios alrededor y la que probablemente es la pileta más famosa del país. Hay un batallón de policías conviviendo con niños que corren por todas partes y utilizan los escalones de la gran iglesia como parque de diversiones, enamorados besándose frente al lugar sagrado, eternos selfies y un mendigo gritando y levantando los brazos hacia el cielo mientras lee la biblia, apoyado en un tacho de basura municipal que hoy usa como mesa de lectura, con su perro al lado que ha preferido dormir mientras espera a su amo. Son tan grandes los contrastes en Lima, tan extremos...siempre. Aquí, donde convive el pecado con los milagros, la miseria con las bendiciones y el amor con la amnesia social.


Continúo de frente por el Jirón Carabaya a los pies de la monumental iglesia principal y doblo por el Jirón Junín. No sé si soy yo o hubo alguna huelga, o ¿recién habrán reconstruido esta pista?, o me estoy equivocando, pero ¡ya no transitan autos por aquí!, lo han convertido todo en un paso peatonal y me parece increíble, tampoco sé si eso es mejor o peor que lo que había antes, pero se siente bien poder caminar libremente, a tus anchas. Quizás olvidé mencionar que este circuito es también el corazón económico del Centro de Lima, de modo que muchos andan apurados, con el teléfono en una mano, la agenda en la otra, con ropa de oficina y caminando sin detenerse jamás, para nada, tan solo se trata de avanzar mirando al frente o al suelo, mental y emocionalmente enfocados únicamente en lo que la voz al otro lado comenta.


Más balcones, más puertas de hierro ahora de colores, más columnas escondidas y el inicio de las churrerías especializadas, todas con nombres de vírgenes o santos: Francisco, Virgen de las Nieves, Virgen del Carmen y colas eternas para comprar un clásico churro peruano. Así, ya estoy en el Jirón Lampa. Antes de cerrar ese camino volteo una vez más y veo como el reflejo del sol explota en los cristales de las ventanas, tomo una fotografía y el contraluz crea un efecto precioso en la imagen, el cielo está azul, ahora sí que es azul, el brillo de la luz rebota como una corona sobre los edificios y todo lo recorrido hasta este momento ya solo es el fondo de lo que empieza ahora. Un paso y otro, siento que se van acabando las sorpresas en esta calle, pero no, es una idea que miente porque ahí, monumental y amarillo está el punto final de este viaje. Hay que cruzar corriendo, ¡por fin las pinturas del artista peruano frente a mí!


MENOS ES MÁS



San Francisco es una de las iglesias más espléndidas del Centro y ya no solo por su estructura, por su aspecto físico lleno de gracia, sino porque por alguna razón este lugar resulta amigable, como si siempre te esperase con los brazos abiertos, la iglesia por donde la luz penetra desde sus laterales y a la que siempre quieres volver. Pensar en este lugar es pensar en un mar de palomas resguardando toda la entrada como las mejores anfitrionas del mundo, coquetas, habladoras y siempre hambrientas; es pensar en el edificio amarillo del barroco limeño de aquellos siglos, que rodea la esquina que une el Jirón Ancash y el Jirón Lampa; sí, es pensar en dos campanarios aparentemente gemelos y una pileta como no suelen tener las demás iglesias de la zona; también es pensar en las churrerías clásicas, en alguna tienda que aún mantiene aspecto de bodega de los 50s y en los múltiples negocios de souvenirs típicos de la Sierra peruana, estratégicamente creados para los turistas extranjeros.

Sabes que quieres hacer algo diferente, pero “ya conoces la ciudad de memoria”.


Sabes que buscas la aguja en el pajar, después de tanto tiempo, todo es un poco de lo mismo, siempre.


Sabes que todo depende, ¿de qué depende?, de cómo mires y enfoques lo que hay frente a ti.

Llego a la puerta del museo, tres personas custodiando el recinto y resulta que “la exposición terminó hace unos días”.


- ¿Perdón?

- Sí, hoy se inaugura una nueva presentación, a las seis de la tarde, en punto.

- ¿Cómo?

- La esperamos, ojalá pueda asistir.

- Pero...el calendario decía que iba hasta hoy.

- No, hoy inaugura una nueva exposición.

- ¿Sobre qué? ¿De quién?

- Un colectivo de pinturas sobre Arte Sacro.

- Arte Sacro.

- Sí. Arte Sacro Contemporáneo.


Cuando escuché la palabra “contemporáneo” cerré todo el capítulo de la exposición que había ido a ver, no tenía más sentido insistir y más bien, pensar en arte contemporáneo en simbiosis con arte sacro me pareció tan imposible como real e interesante. Además, era algo totalmente novedoso por aquí. Soy honesta, para un momento de la historia en que los artistas globales no son precisamente íntimos amigos de la iglesia católica o de las religiones en general, descubrir la exposición me entusiasmó muchísimo.


Hoy ha ocurrido algo irónico para un 2022 en que la vida todavía sigue despertando después de haber hibernado durante dos años, sumergida en una canción que solo sonaba a lamento. Hoy, la iglesia y los artistas han vuelto a reunirse, en una suerte de tregua que le abre las puertas al público, a la diversidad y al libre albedrío, al menos por un momento.

¿La mejor parte? Saber que entre los artistas hay creyentes católicos, protestantes y también agnósticos, todos han sido bienvenidos y eso es lo que más me motiva en este despliegue visual.

Una obra de arte abstracto captura toda mi atención. ¡Absolutamente toda! Y la explicación de su significado me remite a veinte libros sobre la vida y lo que cada uno de nosotros construye a lo largo de ese camino que va dejando atrás. He podido entrar un poco antes y conversar con Caro Kuoman y Enrique Huamán, gestores culturales de Somos Equipo y curadores de la muestra que me acompañan por un recorrido encantador a través de los cuadros, mientras concluyen con los detalles finales del montaje que se presentará en menos de dos horas. Pieza tras pieza ves reflejadas las huellas de la cultura peruana hoy aplicada al tema de lo divino. Ya no se trata solo de imágenes, sino de la reinterpretación que se la da a lo sagrado desde la propia experiencia.


Y así, entre una virgen con forma de montaña andina, o los participantes de una fiesta tradicional en el interior del país encuentro el concepto extraordinario de la pintura de Vladimir Ramos, “Estratos de Fe”:


Cómo el hombre se ha ido desvalorizando con todo lo que ha sucedido a través del tiempo y con la evolución y cómo se va pareciendo cada vez más a las paredes sobre las que se coloca una y otra, y otra capa de pintura, y otra más y así hasta que olvidamos que lo único que estamos haciendo es cubrir algo inacabado y descuidado con una cobertura nueva, bonita y limpia tratando de borrar o pasar por alto la imagen real que hay debajo. Más tarde, cuando se hacen las restauraciones nos damos cuenta que intentando sacar a flote el fondo, la esencia del ser humano, es que nos cuestionamos cuántas capas han pasado por él o por ella, por lo que es su cuerpo, por aquello en lo que cree, por la vida elegida y los cambios que no pasan inadvertidos.


RECUERDOS DE LA CAPITAL

Podría haberle pedido al conductor que me deje en la puerta del convento, pero he preferido recorrer, a pie, las bocacalles de Lima Centro y empaparme de lo que ocurre antes y después de San Francisco. Porque es cierto, hay un antes y un después, adentro y afuera, ficción y no ficción, aquí y allá. Todo depende de dónde estés. Dentro de San Francisco todo parece sagrado, místico, misterioso y etéreo. Afuera, Lima, empapada de sí misma, cruda y violenta. O, tal vez sea al revés, es cuestión de perspectiva.


Casi quinientos años de vida tienen estos espacios que son el origen de un Centro que lo es solo de nombre, que está tan lejos de ser realmente el ombligo de la capital. Aunque pensándolo bien, ¿cuál será ese núcleo aquí? En todo caso, hacer este viaje es encontrar a Lima en todo su esplendor, un lado del corazón económico está aquí, la miseria y peligrosidad a raudales está aquí, la seguridad máxima en un rincón muy estrecho está aquí, varios de los centros culturales más importantes del país están aquí, la confusión y el desorden reinan aquí, la belleza infinita de tantos años después de la fusión de dos culturas ancestrales se aloja aquí y así...Tanto de todo y tanto de todos, como la esencia de nuestra cultura, del terror al vacío y en sí, del todo y la nada conviviendo eternamente.


Un día, decides prestar atención, le das la oportunidad a la ciudad de la locura, observas lo que conoces de memoria y descubres que mientras estás ahí, de pie, buscando, la historia en la piel de cada construcción a tu alrededor te dice que no sabes nada, que el tiempo no pasa en vano y que, si te fijas un poco más, a cada paso puedes encontrar una nueva experiencia, ayer, hoy y mañana.

¡SEA FELIZ Y NO MOLESTE!

- recita un póster hecho a mano.

Podríamos decir, entonces:

SEA FELIZ, CONOZCA, DESCUBRA, DISFRUTE, APRENDA, TOME FOTOS, GUARDE RECUERDOS EN LA MEMORIA, EN ELCORAZÓN Y ALÉJESE DEL RUIDO POR UN MOMENTO. Y, SI LE ES POSIBLE, POR FAVOR...

¡NO MOLESTE!


Ha sido una tarde cargada de información, historia, geografía y obras de arte. Dicen que uno encuentra lo que busca y hoy vuelvo a casa habiendo hallado tanto, habiéndome redescubierto también aquí, en Lima Bonita...


...despiadadamente bella, como diría la canción.




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