La magia de tener seis años y el color de la vida
Y, ¿POR QUÉ?
Su alegría e inocencia es contagiosa y esa curiosidad constante, sin ningún miedo a preguntar siempre ¿y esto qué es? ¿y allá que hay? ¿y, por qué?
Tiago se coloca debajo de la cúpula de cristal y gira sobre el sitio, intentando descubrir qué ocurre después, dice que ¡arriba todo gira también! Avanza y toca las columnas de mármol, luego corre hacia la pared y también la toca, sabe que la sensación es distinta y descifra las diferencias mientras observa sus manos, voltea y encuentra un auto viejo durmiendo, es un Ford T de 1920 que reposa como un trofeo en una sala abierta sólo para él, todo está apagado y aunque no se puede ingresar, el pequeño corre para verlo de cerca... ¡Parece un juguete gigante!, me dice.
Y pensar que fui a ver una exposición de arte, con el tiempo exacto, sin planes de quedarme más de la cuenta y con varios pendientes, para ese fin de semana, pululando en mi mente. Y de pronto, un niño de seis años, inesperadamente, te regala la magia de ir por la vida sin preocuparte tanto, o nada, sin tiempos, sin relojes sonando, sin teléfonos interrumpiendo, sin miedo y con la paciencia de los seres humanos felices.
Del mismo modo, un abuelo de casi ochenta años te regala el retrato más bonito junto a su pequeño nieto, que lo llama ¡mi héroe! y le pide quedarse un rato más recorriendo la exposición de arte que no tenían planeado visitar...
Por favor, por favor, ¡por favor!
Tal vez sea la primera vez que entra a un hotel de lujo, o lo que queda de él porque, aunque el Gran Hotel Bolívar haya perdido tanto brío y la insignia que alguna vez lo catapultó como una de las joyas de la capital del cielo gris, todavía mantiene algunos ecos de su profunda belleza arquitectónica y es lo que hoy le revela al mundo que se anima a visitarlo, una vez más.
En medio de un recorrido pictórico titulado “La Plaza del Libertador”, el niño queda atrapado por las pinturas de Sherman Meléndez que le devuelven una realidad de la vida repleta de color y de formas que no terminan de manifestar plenamente la figura humana pero que, al mismo tiempo, le narran lo que hay en las calles que suele recorrer junto a su abuelo.
Tiago mira uno, y dos y tres cuadros y en las obras que retratan lo que está cruzando la puerta encuentra a su héroe, en medio de tanta gente. En la pintura también hay una mujer sentada en una banca:
- Y, ella ¿quién es? - le digo.
- ¡Tú!
- ¿Y, tú? ¿Dónde estás?
- Escondido entre los árboles.
La experiencia despierta todos sus sentidos, son las pinturas, sí, pero especialmente son las pinturas en medio de una suerte de palacio que retrata a la perfección eso llamado unidad, es decir, belleza pura. Una cúpula magistral que recibe con tanta libertad la luz del día o las luces artificiales de la noche; unas columnas de mármol que te indican lo que fue la estética de aquel sitio alguna vez, un mobiliario sofisticado que se apodera del azul como protagonista absoluto. Todo eso sumado a la música de fondo, a la gente entrando y saliendo, al arte en las paredes entablando una conversación con todos.
CAMINO A LAS ARTES
“Mucha gente nunca usa su iniciativa porque nadie se lo dijo”, menciona Bansky. Y así, en medio de un mundo con sociedades manipuladas casi al cien por ciento, darle la oportunidad a un niño de descubrir la vida de una manera diferente, esta vez a través de los colores, las formas, las texturas, la novedad, la sorpresa, las primeras veces encontrando algo en su camino, escuchando sus propios pasos mientras sigue explorando, de la arquitectura fascinante aún sostenida en ciertos espacios de una ciudad que tan pocas veces quiere hablar de educación real...El simple hecho de otorgarle la posibilidad de volar mental y emocionalmente a través de una obra de arte, o varias, que le narra una historia diferente, aunque muy parecida a la realidad que percibe allá, afuera, pero distinta al fin y al cabo porque es más linda, generosa, fascinante, más sencilla y cercana...
Darle eso es, probable o ciertamente, entregarle calidad de vida, una que se merece por encima de todo.
Igualmente, concederle todo aquello a un adulto, es rodearlo de oxígeno y de un momento inolvidable.
UN ENCUENTRO MÁGICO
Por un instante estoy sentada en La Plaza San Martín, sé que más tarde escribiré sobre la muestra de arte que he venido a ver y quiero respirar de cerca el contexto que la rodea, de modo que la calle es la mejor herramienta para la introducción. Un lugar que, a su edad, más de cien años ya, debe haber sido testigo de aventuras y desventuras por montones, tantas que, a veces, tal vez valga la pena callar.
La preciosa plaza, con la gran estatua del libertador al centro, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y que hoy, por el día, sigue mostrando la belleza abundante de su historia y de su geografía, de su cultura enriquecida por estilos arquitectónicos distintos aquí y allá y también de un ambiente que vuelve a reunir a diversos grupos humanos, con ansias de libertad y espacios abiertos donde poder detenerse por un momento al menos, donde reunirse, donde manifestar su personalidad y expresar lo que sienten.
La preciosa plaza que, sin embargo, a determinadas horas de las noches y madrugadas convive con lo más oscuro de la ciudad, aquello que nadie quiere ver, que te lastima, que te duele, que te espanta, aquello que todos intentan obviar de sus mapas, de sus lados, de sus experiencias saludables.
Termino una llamada y antes de levantarme se me acerca un ser en miniatura, con una camiseta del Capitán América, preguntándome si puede sentarse en la misma banca que yo. Veo que llega con su abuelo, un hombre cargado de golosinas para el niño. El pequeño me pregunta qué hago, dónde vivo, dónde trabajo y qué es esa exposición que voy a ver.
Le respondo cada pregunta y me dice que a él también le gusta mucho dibujar y pintar, que su papá no le lee muchos cuentos antes de dormir y que él también quiere ir a ver las obras, el abuelo responde que es tarde, que tienen que irse, que viven muy lejos, que tal vez otro día, el niño insiste, yo trato de animarlos, el niño sigue insistiendo, yo también y finalmente el abuelo dice que “solo cinco minutos”.
Se fueron casi una hora y media después. El niño cargado de información, novedad y tantas sorpresas para su imaginación.
El abuelo cargado de emociones, de recuerdos y también de dulces entre las manos.
Y yo, cargada de una experiencia totalmente nueva al irme de artes. Y claro, de un paquete de galletas con chispas de chocolate que Tiago me ha regalado.
- No te preocupes, es tuyo, más tarde vas a queer abrirlo. - le respondo.
- Por favor, déjelo, es su voluntad, lo hace contento – me indica el abuelo.
Me despido de ambos y permanezco de pie mientras Tiago no deja de voltear para decirme adiós con la mano. Y me quedo pensando si aquel pequeño de tan solo seis años guardará con él aquella tarde en que encontró algo tan distinto a la cotidianeidad que lo rodea, si aquellos colores tan intensos ante los que ha quedado sumergido en más de una ocasión o si aquellas respuestas a tantas preguntas sobre la arquitectura y la decoración del lugar permanecerán en su memoria. Si aquella maceta con forma de copa o aquel espejo gigante con un marco tan gordo seguirán con él más adelante.
El abuelo nos toma una fotografía y lo primero que Tiago me dice, cuando se acerca es:
- ¡A ver tus dientes!
Me quedo tan sorprendida que no sé bien cómo reaccionar, o será que ¿no he comprendido la pregunta? Sigo textualmente lo que me pide y sonrío muy grande. El niño no dice nada, solo sonríe amplio también, mientras me mira.
Entonces soy yo la que ríe en voz alta y ahora comprendo todo. Solo atino a decirle:
- ¡Qué lindo, Tiago, se te han caído los dientes de adelante!
Agradecimientos: a Tomás Oré por la autorización para la publicación de las fotografías en las que aparece Tiago.
Gracias por acompañarme en este viaje literario a través del arte y la cultura.
AQUÍ encontrarás más noticias sobre uno y mil temas totalmente artsy que espero te motiven a seguir buscando más y más.
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